Hay quienes piensan que Juntos por el Cambio no debería asumir el gobierno en diciembre de 2023 sin que hubiera existido previamente una corrección macroeconómica violenta producida por el mercado. Sostienen que sería repetir la situación en la que asumió Macri en 2015, cuando la población no era consciente del grado de la crisis que subyacentemente existía y no estaba dispuesta a los ajustes que eran necesarios para corregirla. Lo que luego se expresó por quienes tenían la responsabilidad de gobernar –y no sin decepción– como: “La gente no está dispuesta a las consecuencias de la crisis ni tampoco a soportar los remedios que la curarían”.
Tres en conflicto: el Gobierno, el grupo cercano a la vicepresidenta y el ala dura de la oposición
Esos dirigentes de Juntos por el Cambio asumen que no hay forma de arreglar consistentemente (duraderamente) el desorden macroeconómico sin un ajuste que implique inicialmente un período de recesión para luego volver a crecer. Idea que se corresponde (aunque no necesariamente tenga su origen en ella) con la cosmovisión religiosa de que “no hay cura sin dolor”, el popular refrán calvinista “no pain, no gain”, difundido por primera vez en el siglo V antes de Cristo por Sófocles en Electra, “nada tiene éxito sin dolor”, luego en el siglo II en la compilación de las enseñanzas y máximas de la tradición rabínica publicadas bajo el nombre Ética de nuestros padres, donde se dice: “Según el dolor es la recompensa”.
Al idioma inglés llega en forma de poema por el clérigo anglicano Robert Herrick en dos estrofas: “Si es poco el trabajo, pocas son nuestras ganancias; el destino del hombre está de acuerdo con sus dolores”. Y en Estados Unidos Benjamin Franklin lo popularizó en su Poor Richard’s Almanack traduciendo su versión en “Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos”, agregando: “El que vive de la esperanza morirá en ayunas, no hay ganancias, sin dolores”. Sabiduría del sentido común que puede no necesariamente ser aplicable a la economía como muchas veces nos demuestran tantas ciencias complejas con verdades que resultan inicialmente antiintuitivas. La predisposición a creer como cierto aquello que nos resulta ético es un vestigio atávico de las culturas arcaicas que practicaban el animismo de la naturaleza para tranquilizarse con explicaciones meteorológicas que creían poder controlar portándose bien con sus dioses.Resulta comprensible que quien crea que el país no tiene solución si primero no atraviesa por una crisis macroeconómica lo suficientemente dolorosa como para predisponer a la sociedad a aceptar los ajustes y las constricciones que rechazaría en cualquier otra situación abogue porque le explote a este gobierno la bomba de tiempo que estaría construyendo, y entre tres escenarios posibles de evolución de la economía hasta 2023: pesimista, moderado y optimista, se incline por el pesimista, pronosticando una inflación de tres dígitos este año con un fogonazo devaluatorio y a partir de allí una retroalimentación devaluación-inflación-emisión con default de la deuda en pesos y caída del acuerdo con el Fondo Monetario por incumplimiento (una forma de default en dólares) que en su conjunto se lleve puesto al ministro Guzmán. Y que desde esa creencia/deseo promueva que eso suceda, difundiendo profecías que luego puedan autocumplirse. La economía presente se construye descontando las expectativas futuras y si la suficiente cantidad de personas creen que un banco va a quebrar, quebrará. La última hiperdevaluación de Alfonsín, que lo obligó a entregar la presidencia medio año antes, fue en parte acelerada por la frase de Guido Di Tella, quien iba a ser canciller de Menem, el presidente recientemente electo, de que cuando asumieran colocarían “un dólar recontraalto”.
El sector más moderado de los dirigentes opositores observa que el gobierno de Alberto Fernández solo aspira a llegar al 10 de diciembre de 2023 sin que el mercado produzca –por las malas– una corrección violenta de macroeconomía, no teniendo condiciones ni voluntad de producir ninguna reforma estructural, anclando su deseo en pasarle el problema sin solución al que lo suceda de la oposición. Con ese diagnóstico orientan su plan a que las reformas que
sean necesarias para resolver el desorden macroeconómico a partir de diciembre de 2023 sean posibles no por un terremoto que primero destruyera cualquier resistencia popular al cambio, sino por un acuerdo con los dirigentes moderados de los otros partidos, incluyendo a los de este gobierno, repartiendo costos políticos y ciertos beneficios.
Desde sectores cercanos a la vicepresidenta llegaron a la misma conclusión: Alberto Fernández –como Alfonsín por otros motivos– lo que más desearía es pasarle la banda presidencial a su sucesor, en su caso, sin nuevos contratiempos. Por lo cual en lo que resta de su mandato solo surfeará las olas que provea la contingencia. Y asumiendo el regreso de Juntos por el Cambio al gobierno nacional, quieren agrandar los problemas que le dejarán al próximo gobierno para seguir el Teorema de Baglini en sentido inverso: cuanto más lejos de poder ganar las elecciones, más irresponsables son las propuestas porque no habrá que fracasar en su ejecución ni habrá tiempo para que se perciba su fracaso en las consecuencias que genere a mediano plazo su aplicación en el último tramo del propio gobierno.
Esta sería una de las posibles explicaciones a las declaraciones de Andrés Larroque, ministro de Desarrollo de la provincia de Buenos Aires, diciendo “la fase moderada está agotada”, “el ciclo de Guzmán es un tema terminado, verá él con su consciencia qué quiere hacer y el Presidente definirá, no tenemos mucho para esperar por ese lado” y “gobernar es enfrentar al poder económico y se necesita una política fuerte que lo regule”.
Aunque siempre más moderado, el jefe de Gabinete de la provincia de Buenos Aires, Martín Insaurralde, declaró en el reportaje largo de PERFIL en esta edición (ver página 34): “Está claro que hay un plan económico que hoy no está funcionando” y “nosotros hacemos exposición de esas críticas para mejorar. Creo que Alberto ha escuchado”.
Teorema de Baglini: a menor posibilidad de ganar la elección, mayor irresponsabilidad en las propuestas
El mapa político actual ordenaría a los principales actores en un grupo que procrastina (el Gobierno), otro que agita (el cercano a la vicepresidenta) y otro que tira bombas (el ala más dura de la oposición). La falta de incentivos por recorrer el camino de la cordura tanto del cristinismo como de los halcones de la oposición, sumado a la impotencia del Gobierno para construir una base de sustentación política, es el mayor problema que enfrenta la economía.