Gente del riñón, del palo, compañeros de ruta, cuadros... Los apelativos son diferentes pero el sentido es siempre el mismo: crear un grupo coherente, con referencias claras y un liderazgo indiscutido. Hay instituciones en donde el sistema de claustro funciona a la perfección, y en política es el más utilizado en momentos de zozobra y amenaza mayor. Pero la uniformidad empieza a tropezar cuando se trata de elegir opciones alternativas de políticas de gobierno y, en concreto, de políticas económicas. Acá todo está teñido por incertidumbres, por intereses políticos y urgencias electorales. Pero, también, por las minucias personales y la necesidad de construir espacios dentro de quintitas apetecibles.
Cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia. Con el cambio de guardia en la Secretaría de Agricultura y Ganadería, se corona una situación de larga data en la que no se evalúa el impacto de las políticas con el sector, quizás el más enfrentado con el Gobierno, sino un cambio de nombres y lealtades. El “perdedor” en este largo round (y no es sólo una figura), Miguel Campos, estuvo enfrentado con Javier de Urquiza, hasta que, agotado por la ríspida relación con los hombres de campo y el frente interno, entró en esa ambigüedad de funcionario echado o renunciado. Quizá, como último servicio a la causa K, Campos podría asumir todas las culpas por los cortocircuitos con las entidades rurales.
La semana anterior había sido la directora de Precios del INDEC. Antes, la escoba se floreó por Economía, en un largo camino que se inició con la salida de Lavagna, lo que terminó arrastrando a secretarios, directores nacionales y asesores de la más variada valía y filiación. Es que la necesidad de crear un espacio propio en donde la voluntad suprema fluya sin más es una tentación tan vieja como el poder mismo. Y más se aprecia en épocas en que la disciplina oficialista tiene su objetivo puesto en todo lo que pueda incidir electoralmente, incluyendo el pase a un retiro de lujo a la propia ministra de Economía, cada vez con menos “espacio” autónomo.
El problema de este modelo mental es que la realidad es infinitamente más compleja que las planificaciones más sesudas, por no hablar de los arranques voluntaristas de última hora. Por más blindada que esté la medición de precios, la inflación seguirá existiendo aun cuando resulte más difícil medirla.
El verdadero temor existe cuando hay algo que no se puede controlar, una obsesión que no es sólo argentina. La última semana se conoció la oferta final (€ 41.000 millones) que la compañía energética alemana EON hizo por la eléctrica más importante de España, Endesa, superando ampliamente el valor de la oferta de Gas Natural (alentada por el Gobierno nacional y el de Cataluña). De nada sirvió la última argumentación a favor de conservar en manos nacionales “un resorte vital” de la economía. Los euros alemanes pudieron más, y la balanza se inclinó por la racionalidad económica pero también en contra de las alquimias políticas por retener centros de poder aunque incapaces de atentar contra una tendencia mundial: la concentración de las distribuidoras eléctricas en los mercados comunes. Claro que ese tipo de megaoperaciones no sería posible en nuestro país, en donde el kw/hora de electricidad vale casi 6 veces menos que en España y sólo un décimo de lo que pagan en Holanda y Alemania. No es una rareza: AYSA cobra el metro cúbico de agua corriente 7 veces más barato que en la Península y es 17 veces más regalada que en Francia, cuna de Lyonnais des Eaux, la ex socia de Aguas Argentinas. Generalmente, ante la escasez de un bien, la política económica intenta racionalizar el problema mediante precios más caros.
En el afán de controlar todo, los precios o la línea de la pobreza que elabora el INDEC, las tarifas públicas, al nuevo dueño de la cooperativa lechera más importante del país y a las condiciones propuestas para un nuevo sistema de jubilaciones y pensiones son sólo campos de batalla donde mostrar las armas. Es más cómodo fijar precios de referencia locales ficticios que atenerse a los mercados internacionales. Ilusiona pretender que el agro llegará próximamente a los 100 millones de toneladas por campaña gracias a un plan oficial, antes que reconocer la espectacular coyuntura global y no hablar del dólar real post retenciones. Es mucho más sencillo tratar con burócratas que con empresarios locales; y con éstos, que con representantes de multinacionales. Es preferible dar órdenes a los subalternos que discutir con funcionarios con muchas horas de vuelo en el tema y ahondar lazos con la propia tropa, que dialogar con la realidad.