En medio de sostenida y creciente tensión con los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea en torno a Ucrania, que desembocará en los próximos días en una ronda de conversaciones en Ginebra, Moscú fue sorprendida por el estallido de una inesperada crisis en Kazajistán a raíz del aumento de los precios domésticos del gas. El presidente kazajo Tokayev solicitó la asistencia militar rusa y de otros miembros de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) conformada por ex repúblicas soviéticas.
El estallido se produce en una coyuntura en la que la transición entre el gobierno de tres décadas de Nursultán Nazarbáyev y el nuevo presidente kazajo aún no había sido consumada totalmente y el primero conservaba la presidencia del Consejo de Seguridad y el control de algunos organismos. Tokayev desplazó a Nazarbáyev –estrechamente vinculado a Moscú– de ese puesto; convocó la ayuda militar rusa e inició una fuerte represión de las protestas sociales alegando que habían sido promovidas desde el exterior. Este último argumento dio pie, por primera vez en sus veinte años de existencia, a la intervención de la OTSC en respuesta a una presunta amenaza terrorista.
Pese a su carácter mediterráneo, Kazajistán es una pieza clave en el Asia Central. Además de otros abundantes recursos naturales, el país es un importante productor de gas y petróleo (Chevron es uno de los principales inversionistas en el área energética, junto con otras compañías estadounidenses, rusas, europeas y chinas), y el segundo centro de manejo de bitcoins en el mundo, luego de los Estados Unidos. En los últimos años se ha acentuado la influencia económica china, que ha ido desplazando el tradicional intercambio comercial con Rusia. Asimismo, Turquía asoma como un importante inversor en el país.
Sin embargo, en el marco de una política exterior multivectorial que ha dado lugar a esta diversificación de vínculos, Kazajistán es fundamentalmente un factor de estabilidad para Asia Central con proyección en el resto de Eurasia, con una activa participación en organismos regionales como la Unión Económica Euroasiática, la Organización de Cooperación de Shangai y la misma OTSC, que forman parte del entramado institucional de la región,
En este contexto de múltiples intereses en juego, el presidente Tokayev, que desarrolló vínculos más estrechos que su predecesor con China, se ha visto obligado a recurrir a Rusia para apaciguar la crisis desatada. Beijing ha apoyado a Tokayev en la decisión de reprimir las protestas y en la apelación a la OTSC, pero el mensaje de Moscú ha sido claro: Kazajistán sigue siendo una pieza clave en la configuración de la seguridad regional y del área de influencia rusa; Beijing puede continuar con sus negocios, pero la clave de la estabilidad del país y, por extensión, del Asia Central, está en manos de Moscú.
La llegada de paracaidistas rusos, junto con contingentes armenios, bielorrusos, tadjikos y kirguistanos, también envía un mensaje muy claro a Estados Unidos, Europa y la OTAN: Asia Central es parte de la zona de influencia que Rusia pretende, al igual que en el caso de Ucrania, preservar, un anticipo de la posición que llevará a las conversaciones de Ginebra.
Ante una crisis inesperada, Putin ha aprovechado la oportunidad para enviar estos mensajes a aliados, socios y enemigos a nivel internacional, pero también ha capitalizado las enseñanzas de las complejidades de una transición política como la que se desarrolló entre Nazarbayev y Tokayev, que probablemente se reflejen en su propia permanencia en el poder más allá de 2024.
*Analista internacional y presidente de Cries.