A fines del 2009 Eric Besson, ministro de Inmigración e Identidad Nacional francés, impulsó un debate que giraba alrededor de la pregunta: “¿Qué es ser francés?”. A partir de ese momento, y por un lapso, la política gala pivotó sobre ese eje. La página web destinada a registrar las definiciones de lo francés contaba en un par de meses con más de 58 mil entradas.
El intercambio viró a polémica a principios de diciembre, a propósito del referéndum suizo que prohibió la construcción de alminares (las torres de las mezquitas) en el territorio de la Confederación. A partir de entonces, la cuestión no fue ya la identidad francesa sino directamente el islam, y como ha escrito Lluís Bassets, “los inmigrantes y aquel mito de una Eurabia musulmana con el que la desaparecida Oriana Fallaci asustaba a los italianos”.
Besson nació en Marruecos. En 2007 –plena campaña electoral–, Besson (por entonces dirigente del Partido Socialista francés y colaborador de la candidata Ségolène Royal), se pasó al bando de Sarkozy para hacerle de sparring en la previa a los debates televisivos; hoy es un invitado permanente a las reuniones que el presidente mantiene los lunes con sus cinco ministros predilectos. Su ex mujer, Silvie Brunel, en Manual de guerrilla para mujeres, lo describe como un tipo ambicioso y especulador, condicionado por su estancia en un internado durante la adolescencia, vengativo y obsesionado por el éxito. “Cosas tenedes, el Cid, que farán fablar las piedras.”
Los internautas franceses no tardaron en “webizar” el terreno. Muchas propuestas intentaron enfrentar los problemas de integración tratando de tener en cuenta los derechos humanos y de asegurar una igualdad de las oportunidad a todos.
Hoy por hoy, la visita de tres días (que comenzó el jueves) del presidente de China Hu Jintao a París evidencia que dos años de desencuentros diplomáticos han culminado en un meeting point. Nicolas Sarkozy, en su momento, tomó posiciones sobre la política interna de China que erizaron a la nomenklatura asiática. Las querellas, por parte china, se tradujeron en el frizado de los diplomáticos franceses en Beijing, en una política más severa respecto de la concesión de visas y en el tendido de un cerco sanitario sobre Francia cuando sus dirigentes viajaban a Europa. La firma de jugosos contratos por cifras de varios miles de millones de euros (compra de aviones a Airbus, aprovisionamiento de 20 mil toneladas de uranio) sirvió como necesario digestivo para asimilar las diferencias pasadas. Pero no suficiente: Hu Jintao no habría visitado Francia si en la agenda de actividades se hubiesen programado ruedas de prensa de las que podrían haber salido incómodas saetas relacionadas con los derechos humanos o con la prisión del premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobao.
En la tierra de la libertad, la igualdad y la fraternidad, diversas asociaciones defensoras de los derechos humanos criticaron la visita.Reporteros sin Fronteras protestó en el centro de París por “la censura” implícita en la inexistencia de conferencias con periodistas. El humorista gráfico Martin Vidberg ironizó en Le Monde sobre el modo como el mandatario francés debía referirse a los derechos del hombre frente a su par chino.
Según el barómetro mensual TNS Sofres Logica, una encuesta hecha pública el 4 de noviembre señala que la cota de confianza de Sarkozy araña el 26%. Sólo ese porcentaje de los preguntados manifiesta conformidad con la tarea del mandatario, la cifra más baja jamás medida por esta empresa desde su elección. La metodología deja poco margen para la duda: se trata de un trabajo realizado entre el 29 de octubre y el 2 de noviembre entre mil personas entrevistadas personalmente en sus domicilios.
Pese a que Charles De Gaulle apeló en su famoso discurso del 18 de junio de 1940 a la grandeza de su pueblo (“Ocurra lo que ocurriere, la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará”), Sarkozy prefirió dar por sentado que uno de los atributos del ser nacional es ser envidioso, y por consiguiente los franceses codician a su mujer Carla Bruni, lo que le ocasiona no ser amado por sus compatriotas. Le faltó añadir que la envidia es el homenaje que el fracaso le rinde al éxito.
Luego de algunos meses de discutir acaloradamente en qué consiste la esencia de lo francés, el primer ministro de Francia, François Fillon, cerró la primera etapa anunciando una serie de medidas enderezadas a reforzar la identidad nacional. Van desde propiciar el canto de La Marsellesa en el colegio hasta obligar a firmar un contrato de deberes y derechos para los nuevos franceses. La posta (bastante livianita) pasó a una comisión de sabios e historiadores. Se atribuye a Napoleón Bonaparte haber dicho: “Si quieres que algo sea hecho, nombra un responsable; si quieres que algo se demore eternamente, nombra una comisión”.
A pesar de que Voltaire, que vivió en Inglaterra entre 1726 y 1729, añoraba que Francia tuviera periódicos que ayudaran al pueblo a tener independencia de espíritu para “decir lo que pensaban” y comunicar cuanto querían, el país vive hoy una batahola por la alegada intromisión de los servicios de inteligencia en la vida de los periodistas.
El 4 de noviembre, durante dos horas y media, una delegación de diputados y senadores escucharon a puertas cerradas las explicaciones de Bernard Squarcini, jefe de la Dirección Central de Información Interior y de Frédéric Péchenard, director general de la Policía Nacional. Ambos –según fuentes parlamentarias– fueron interrogados acerca de la existencia de una célula encargada de vigilar a periodistas. La denuncia, llevada adelante por el periódico satírico Le Canard Enchaîné, fue vigorosamente desmentida por el ministro del Interior, Brice Hortefeux. Nadie esperó que la ratificara.
El debate que comenzó con la pregunta ¿qué es ser francés? (ése era el interrogante que el Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional lanzó en su página web) terminó por convertirse en otro: ¿qué es ser musulmán bajo las leyes laicas de la República Francesa? La idea de Sarkozy/Besson no fue mala. Ahora bien, vistas la actualidad y la realidad: ¿qué es ser francés?