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¿Quién tiene la pelota?

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Crece un conocido riesgo del análisis político. El wishfull thinking. Cuando los analistas no hacen más que expresar sus propios deseos, pierden sensibilidad hacia la complejidad de las situaciones. Y hacia las variaciones en el tiempo. Cuatro semanas es nada y es mucho. Una metáfora futbolística. El Frente para la Victoria está perdiendo el partido. ¿Por qué tanta ansiedad para darlo por definido? En realidad estamos en el segundo tiempo, falta bastante para terminar. En este momento, el FpV parece tener la posesión del balón, aunque no es muy claro cómo va a jugar.

Hay dos elementos políticos que generaron esta situación. Por un lado, el surgimiento paulatino, pero sostenido de una opción opositora, que irrumpió el último 25. Provocó la segunda derrota electoral del peronismo en la provincia de Buenos Aires, desde que naciera como fuerza política en 1945. Cada uno tendrá su propia visión de la trayectoria y la gestión de Mauricio Macri. Hay una articulación entre el extremo profesionalismo de su campaña electoral y cierto humor social. Nada lo predestinaba. Hace menos de tres meses casi pierde el ballottage en la Capital Federal. Sólo el orgulloso voto en blanco (“son lo mismo”) lo mantuvo en carrera. En Santa Fe no pudo hacer pie.

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Se dice que hace años alguien imaginó a Macri como el adversario ideal, liderando a una derecha moderna, que nunca podría derrotar al kirchnerismo. Entre las cosas que no imaginó era la capacidad de Macri de reinventarse, deshacerse poco a poco de numerosas marcas, reduciendo de a poco su imagen negativa o el antimacrismo. Ese viento a favor anula hoy el efecto de la comparación entre cualquier promesa actual y la famosa promesa de construcción de kilómetros de subterráneos. Y es la eficacia de la victimización la que disculpa que todas las villas miserias estén intactas en la Capital después de ocho años de gestión. Cuando quieras crear a tu propio adversario, nunca lo subestimes.

Le indicaron que toque timbres, que reivindique decisiones del kirchnerismo, que juramente que mantendrá políticas sociales. La pregunta partidaria es si se trata de un disfraz; la pregunta política es distinta: ¿es eficaz? Por un lado, porque eso no está dirigido al 30% de votos que Cambiemos tuvo en las PASO. Está dirigido al otro 30% que busca pelear. Por otro lado, porque quizás no todos crean a pie juntillas en que haya cambiado, pero podrían interpretar que estaría dispuesto a escuchar demandas sociales que nunca estuvieron en su programa. Sus adversarios deben denunciar que no cumplirá si triunfa; pero el problema ya existe cuando la propia promesa es leída como un hecho, como un cambio en sí misma.

El otro elemento es el propio FpV. Si hay algo que nadie podrá negar es que Cristina Kirchner no supo o no pudo construir un sucesor con el cual se identificara. Muy tarde, el respaldo a Randazzo no alcanzaba y ella prefirió no ir a las PASO. El acuerdo entre los dos sectores del FpV le quitó potencia. La potencia que podría haber tenido un Scioli derrotando a Randazzo, o viceversa. ¿Por qué Scioli terminó siendo el único candidato competitivo del FpV? Porque mantuvo durante estos años un matiz, una cierta autonomía, una voz propia. Y es difícil convencer a los ciudadanos de que voten a un presidente sin voz propia. Tanto como convencerlos de que compren una platea para presenciar cuatro años de divisiones entre un presidente y las fuerzas que lo “apoyan”. Esa inconsistencia desdibujó el perfil del FpV, que llegó al 25 sin ser ni sciolismo ni kirchnerismo.

Por eso, va perdiendo. Ahora tiene la pelota. La pregunta política del momento es si jugará en equipo las tres semanas que restan o si se resigna desde ahora a perder el partido. Más allá de las expresiones de deseos, si el FpV construyera una síntesis y un perfil coherente sería competitivo. Grave error de sus adversarios sería subestimarlo, como ya lo han hecho anteriormente.

 

*Antropólogo.