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IDENTIDAD

Quiénes somos, cómo nos vemos y cómo nos ven

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Todo empezó con un bautismo desafortunado. A principios del 1500, los exploradores españoles empezaron a buscar la legendaria Sierra de la Plata, de riquezas incalculables. Algunos intentaron llegar a ella por el río que Solís había descubierto, y al que le quedó así el nombre de “Río de la Plata”. Más tarde, el nombre del río pasó al Virreinato, y del Virreinato pasó al país. 

En un elegante latín, Argentina quiere decir “la tierra de la plata”. El único detalle, por supuesto, es que acá nunca hubo plata.

Sería la historia perfecta para buscar el origen de nuestros vicios nacionales. Nos definimos por algo que no tenemos. O, como dice el viejo chiste latinoamericano: el mejor negocio es comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que él dice que vale. Pero nada es tan simple. No creo que ese conjunto de estereotipos que tanto nos gusta (y a la vez nos tortura) repetir sea exactamente nuestra identidad. Pero tampoco estoy tan seguro, a fin de cuentas, de que tengamos algo así como una identidad.

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Veamos. Una persona sigue siendo la misma a los 6 años y a los 95, aunque sea al mismo tiempo muy diferente. Nuestras opiniones cambian. Nuestro aspecto físico mucho más. Pero hay algo en el fondo que nos dice que seguimos siendo siempre la misma persona, por mucho que hayamos cambiado: ese es el sentido de la identidad. En el caso de los países ocurre algo muy parecido.

La identidad es ser conscientes de quiénes somos, cómo nos vemos y cómo nos ven. Tener un conjunto de valores que se mantienen a lo largo del tiempo, sin importar que cambiemos en lo exterior. Los vaivenes de la política y las grietas muchas veces nos impiden saber lo que somos. Creemos que es necesario que gane tal o cual para salvar la Argentina, y nos olvidamos de que el gobierno es apenas un cuidador temporal del país, pero sus verdaderos dueños somos nosotros.

Por supuesto, tener una identidad no significa pensar todos de la misma forma ni forzar acuerdos irrealizables, sino consensuar algunas ideas fundamentales sobre lo que esperamos para nuestro futuro. También debe ser inclusiva y llegar a todos los sectores. Pensar, como antaño, que somos la Europa de Latinoamérica solo serviría para marginar a todos los elementos de nuestra realidad que no cumplen con ese ideal.

Es importante mirar nuestros logros colectivos del pasado, no con una nostalgia improductiva, sino como una forma de cohesionarnos a la hora de defender nuestros intereses nacionales. La patria no es el mate, el Mundial y el acto del 25 de Mayo; todo eso es apenas cotillón si no está condensado en torno a un objetivo común y trascendente.

Por eso también debemos estar atentos a las historias que contamos sobre nosotros mismos. La historia con la que comencé esta nota podía usarse para explicar lo peor de los argentinos, o para decir algo muy diferente: que nuestro país fue fundado por hombres intrépidos, que venían en busca de una utopía. Qué cambio, ¿no? William James decía que “un ser humano puede alterar su vida al alterar sus actitudes”, y lo mismo vale para los países.

Creo que todos estamos de acuerdo en cuanto a nuestros objetivos comunes: desarrollo económico, mejor distribución de la riqueza, servicios públicos modernos, un Estado inteligente y efectivo. Desde este acuerdo fundamental, nuestro desafío es encontrar la identidad que nos permita cumplir estos objetivos en un mundo que cambia continuamente.

Los gobiernos y los políticos pueden ayudar a que esto se realice, pero por lo general prefieren dividir para reinar. Venden una identidad de segunda mano: partidaria. Evitan los objetivos generales, para que solo existan (sus) objetivos propios. La verdadera identidad debería construirse desde abajo. Solo una sociedad en paz puede forzar a sus políticos a realizar un gran acuerdo nacional y cerrar las grietas. Una sociedad que comprenda que la identidad es patrimonio común, no de unos pocos, y que el único camino hacia delante es entre todos.

*Prof. UCA, USAL (@ossoreina).