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El dia despues

Quince inadaptados

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Culpables. La violencia en el fútbol es un tema de nunca acabar. | Pablo Cuarterolo

Son solo quince inadaptados. Ante cada hecho violento y salvaje que el fútbol argentino ofrece con inagotable fecundidad, el coro lo repite: “Son solo quince inadaptados”. Como ensayan mucho y les sale afinado, los integrantes del coro merecen que se los nombre. Repasemos el elenco:
1) Dirigentes de clubes que se manejan con códigos carentes de escrúpulos, que hacen oscuros negocios económicos y políticos a partir del lugar que ocupan, que transan con barras bravas, con representantes y con políticos y gobernantes en distintas operaciones. En esto sí la AFA es democrática, incluye a grandes y chicos por igual.
2) Organismos rectores de este ex deporte, hoy devenido en puro negocio, que crean sus propias leyes al margen de cualquier norma o regla válida para la sociedad y que funcionan como perfectas organizaciones mafiosas. Inclúyanse aquí siglas como AFA, Conmebol, FIFA, FAA, etcétera.
3) Gobernantes que empuercan aun más el lodo futbolístico metiéndose en él hasta el cuello para asegurar poder y otros beneficios. Recuérdese cuando la abogada exitosa que lideró el gobierno más corrupto de la historia argentina se emocionaba viendo a los maravillosos “barras” desplegando su “pasión” en los paraavalanchas. O la sucesión de intervenciones entre grotescas y desafortunadas del actual primer mandatario acerca de la “superfinal” de la Libertadores. Se le recomendaría no seguir diciendo que todo lo que sabe lo aprendió en el fútbol. El pobre fútbol ya tiene bastante sin esa declaración.
4) Un buen número de periodistas deportivos que se muestran antes que nada como amigotes de los jugadores, voceros de los clubes en los que tienen parada fija, operadores de representantes o meros barrabravas de café. Esto sin olvidar manifiestas dificultades en el uso del lenguaje.
5) Representantes y agentes de jugadores que parecen haber encontrado una sofisticada forma de compraventa de personas en la que, bajo una formalidad legal, lucran con la credulidad y el futuro de sus representados haciéndoles firmar contratos que pocas veces estos leen o entienden. Cada uno de estos personajes necesita tener al menos un jugador exitoso en su escudería para poder seguir atrapando a otros que nunca triunfarán, pero dejarán dividendos en el intento. La mayoría de ellos terminarán pobres tras haber sido funcionales al gran negocio.
6) Cuerpos policiales ineptos para el cumplimiento de sus funciones esenciales y específicas, pero muy aptos para compartir negocios y territorios con aquellos a quienes deberían combatir.
7) Sponsors internacionales y nacionales que simulan retirar apoyos cuando se produce un episodio aberrante, pero que jamás dejan de reclamar su porción de la gran torta indigesta en la que, en definitiva, no importa lo que se vende (alcohol, violencia disfrazada, falsas ilusiones, machismo embozado). Lo que importa es vender.
8) Hinchas que, en nombre de la pasión (comodín que sirve para excusar cegueras mentales y violencias físicas y verbales), miran para otro lado, suman sus frustraciones y resentimientos personales vistiéndolos con distintas camisetas, cantan estribillos xenófobos, discriminadores, homófobos, intolerantes, y no vacilan en aplaudir a los “inadaptados” desde la platea o de guardarles el espacio en la popular.
9) Y por fin, los “inadaptados”. Una manera muy elegante de nombrar a verdaderos sicarios que parecen emanados de épocas tribales, mano de obra siempre disponible para ejercer violencia extrema según los requerimientos del mejor postor. Incluso la denominación de “barras bravas” es ya obsoleta para esta escoria que, aunque se escude en colores y banderas, no los tiene, y se exilió hace tiempo de la sociedad humana.
Como se ve, son mucho más que quince. Y no son inadaptados. Están perfectamente adaptados a una cultura que se cuece día a día fuera del fútbol y que encuentra su espejo en él. Está en la calle, en la política, en las relaciones interpersonales, en los ámbitos laborales y profesionales. El coro suena afinado. Todos cantan lo mismo al mismo tiempo. Y la canción es hipócrita.
 
*Periodista y escritor.