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Redes que se sacuden

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Cuentas propias. Di María y Lanzini se muestran durante los festejos de Halloween. Messi, siempre en familia. | Instagram

Las únicas redes que les importaban a los jugadores de fútbol eran las del arco. Verlas sacudirse, moverse, bailar. Que se inquietaran por ese pelotazo directo de su pie. Una sensación única, seguida de un grito liberador, del goleador y toda su gente. Pero los tiempos cambiaron y ya hablar de redes no es tan épico. Además de las del arco, los futbolistas les dedican tiempo, cabeza y energía a sus cuentas de Instagram. Algunos más y otros menos, pero ya casi nadie está ausente en la red social de moda.

Que no es solo moda. Muchos jugadores se mantuvieron al margen durante mucho tiempo quizás por fiaca, tal vez para evitar problemas maritales o simplemente por desinterés. Pero hoy Instagram ya no es un hobbie e implica más que pertenecer y ventilar la vida personal: es trabajo y es ganancia. Hoy en día cualquier futbolista sabe que a partir de lo copado y masivo que vaya siendo su Instagram, le podrá sacar provecho. Ahora sí que nadie se quiere quedar afuera. Y los que llegaron por la zanahoria de los canjes, un poco se quieren morir de no haberla visto antes. Ahora, a remar.

O a que remen por ellos. Es que es tanta la importancia que le adjudican, que muchos contratan agencias o community managers para que hagan el trabajo. Aunque a veces eso es contraproducente: se pierde lo orgánico. Uno cuando sigue a alguien, quiere conocer un poco más de lo que ya se le conoce. Justamente, llegar al detrás de escena. En muchas oportunidades, cuando las cuentas son manejadas por un tercero, termina despersonalizándose el contenido. Se convierte en una gacetilla de prensa virtual y poco interesante. Las fotos profesionales son lindas y de excelente calidad, pero son eso: fotos de revista, oficiales. En Instagram se busca el lado B. La selfie mal sacada en el vestuario después de la victoria. La foto del festejo de gol ya la vimos en todos lados.

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Un buen ejemplo para entender esto es la cuenta de Lionel Messi. Se identifican perfectamente los contenidos propios y los que hace otra persona. Messi usa emojis, escribe corto y simple. Los otros posteos son largos y demasiado cordiales, arroban gente y usan hashtags. Jueguen a stalkear futbolistas y podrán descubrir si escriben ellos o no. Ojo, algunos tienen una cuenta privada paralela a la que nunca llegaremos.

En cuanto a los contenidos, abundan madres, bebés (hijos, sobrinos, ahijados o cualquier bebé que los haga quedar tiernos) y, por supuesto, novias y esposas. Siempre tendré duda de quiénes lo hacen orgánicamente, quiénes por culposos –y culpables– y quiénes quizás medio presionados por sus parejas. Pero todos los Instagram de los jugadores comprometidos parecen un monumento al amor puro y eterno. Y, la verdad, tanto no les creo. Me hace acordar a cuando les hacía notas a los futbolistas cuando salían de los entrenamientos y siempre me nombraban a la mujer. Quizás les preguntaba por cómo se veían para la fecha del fin de semana y ellos encontraban la manera de involucrar a su pareja en la respuesta. ¿Amor o cola de paja? Nunca lo sabremos.

Por otro lado, hay una diferencia abismal entre lo que suben los jugadores del fútbol local y los que viven afuera. Con solo mirar un poco, está a la vista: quienes juegan en el exterior se permiten mostrarse más relajados, alguna vez de fiesta, tomando una cerveza, un trago, o haciendo pavadas. Se me ocurren, por ejemplo, Angel Di María y Manuel Lanzini, que en pleno Halloween subieron fotos totalmente disfrazados, producidos y maquillados. Siempre hay excepciones como en todo, pero nuestros deportistas del fútbol local no publican estas cosas. No porque no las hagan ni porque estén mal, sino porque el hincha argentino es mucho más exigente y a la primera de cambio, en la cancha va a gritar que ese gol lo erró por esa cerveza o “andar boludeando en Halloween”. Hasta deben tener instrucciones de sus clubes de que no lo hagan. Las redes a veces se convierten en barrotes que pueden encerrar.

Algo no cambió tanto, pienso ahora. Los futbolistas siguen buscando que las redes se sacudan, se muevan, bailen. Pero además de las del arco, las de sus celulares. El hincha tradicional quejoso e insoportable diría que no gasten energías en las virtuales y se enfoquen en las de hilo. Pero tranquilo, señor, que unas se agitan con las manos y otras con los pies. Hay cuerpo para todas.