El retroceso de las democracias en el mundo se observa en resultados electorales, encuestas y análisis de especialistas. Rosanvallon acaba de dar definiciones que, aun conocidas, conviene recordar dada la resistencia a aceptarlas: “Si hoy el populismo triunfa es porque las democracias tradicionales son imperfectas”; y sobre el populismo “Es otra forma de democracia”. Ya Sartori había señalado que a partir de la aparición del liberalismo político la democracia se confunde con democracia liberal.
Teniendo en cuenta lo anterior cabe preguntarse por qué los ciudadanos se muestran desencantados con la democracia liberal y se inclinan hacia una democracia delegativa o populismo. Con frecuencia se hace referencia a la no satisfacción de demandas socioeconómicas de las mayorías; y Rosanvallon señala como una característica del populismo la de apuntar a un nacional-proteccionismo. Pero estas hipótesis no deben llevarnos a atribuir al populismo preferencias ideológicas en lo económico, ya que como señala Laclau, el mismo es una forma de ejercer el poder y puede ser tanto de “derecha como de izquierda”. Cuando se hable de lo que suele llamarse “populismo económico” deberá utilizarse un vocablo diferente (popularismo?), siguiendo el ejemplo de los pensadores italianos que reservaron el vocablo liberalismo para referirse a lo político y crearon el de “liberismo” para lo económico.
Llevando a nuestro país la pregunta de por qué los ciudadanos se inclinan por un tipo de democracia u otra, la respuesta debe buscarse en un proceso que comienza mucho antes de los actos electorales; proceso que se nutre de ideas, valores, ideologías y énfasis puestos en diferentes dimensiones de la organización social; presente en los discursos de los políticos pero también en el subconsciente de los ciudadanos. Mensajes que buscan concientizar pero también emocionar al ciudadano, y por eso cabe llamarlos “relatos”. Uno es el republicano, que pone el acento en la división de poderes, las libertades de reunión y de expresión, y el respeto irrestricto a las garantías constitucionales; otro el social, que pone el acento en los derechos de los trabajadores y la justicia social; y un tercero que recurre a valores socializantes emparentados con una teología de la liberación. En el primero destaca la figura del radicalismo y es compartido mayoritariamente por sectores medios; el segundo es obra del peronismo y tiene apoyo en sectores populares; mientras que el tercero es construido por el kirchnerismo al intentar revitalizar su temprana debilidad buscando el apoyo de las bases peronistas y de sectores desencantados con la política que explotó en 2001.
Esos relatos han comenzado en diferentes momentos de nuestra historia, y cuando coincidieron en el tiempo actuaron como antagónicos en lugar de complementarse; y por eso resultaron insuficientes. El primero descuidó los aspectos socio materiales bajo la idea de que con la democracia se come, se educa y se cura; lo que fuera desmentido por décadas de democracia ininterrumpida con porcentajes altos de pobreza. Esto hizo que no conquistara el voto de los sectores populares, además de perder el de parte de la clase media cuando ésta, apremiada económicamente, debió elegir entre sus principios republicanos y sus urgencia materiales. Por su parte el peronismo, volcado a la defensa de la justicia social descuidó los aspectos institucionales que no solamente ponen en riesgo las libertades y garantías ciudadanas, sino que también afecta la seguridad jurídica necesaria para el desarrollo económico.
Reparar esas falencias debiera llevar a que el relato republicano se sume al social, ya sea por medio de un acuerdo programático entre las fuerzas políticas que los han representado; o formando una coalición de gobierno como ocurre en Alemania. En cuanto al kirchnerismo, su radicalización y el querer ir por todo muestran poca aptitud para integrar ese acuerdo nacional.
*Sociólogo. Club Político Argentino.