Mi acendrado bilardismo no me impide discrepar con las cosas que el doctor Bilardo ha estado diciendo en estos días. Yo no pienso que el uso de polleras muy cortas deba tomarse como una provocación de las mujeres hacia los hombres, incitación a una violencia que finalmente las perjudica. Bilardo se ha expresado de esta forma convencido de no estar incurriendo para nada en el machismo, pues aclaró que si así hablaba no era sino para proteger a las mujeres.
Pero el machismo, bien lo sabemos, puede consistir ni más ni menos que en eso: en el gesto protector que el fuerte dispensa al débil, desde un lugar de poder por cierto (de ahí que en este “cuidado” se deje oír también una “advertencia”). Y hay machismo, además, a mi entender, en la presunción de que las cosas que las mujeres hacen las hacen para los hombres, que es el ojo de los hombres lo que les da realidad y sentido.
Y aun así, llegado el caso, si la actitud o la pollerita estuviese destinada a los hombres, ¿por qué dar por descontado que lo que han de provocar es violencia? ¿Cómo puede no haber distinción entre el gesto de provocar violencia y el gesto de suscitar deseo? Mientras la violencia se impone, y por eso justamente es violencia, al deseo se puede decir que sí o que no. He notado esta confusión, y no ya en Carlos Bilardo, ni tan sólo en discursos machistas. En nombre de repeler el daño de los que abusan, se arrasa con el deseo y se arrasa con la seducción. Que están, por el contrario, entre lo mejor que tenemos.