Ahora que sí nos ven: ¿Cuántas mujeres tiene que haber, y dónde deben estar, para que la política las registre? El año próximo, el Congreso de los Estados Unidos tendrá el número más grande de representantes mujeres de toda su historia, más de cien. El sábado en Internacionales se reseñaron algunos perfiles de estas mujeres, y es destacable que todas ellas representan, además, alguna minoría (racial, religiosa, étnica).
Hay una objeción usual en el debate sobre paridad: "Si van a dar cupo para mujeres, entonces hay que darlo también para indígenas, discapacitados, homosexuales...”. El argumento ignora que la mitad de estas minorías son mujeres. Y es porque hay un error categorial: las mujeres no somos una minoría social, somos parte de todas las mayorías y minorías, una de las formas sexuadas de lo humano.
Pero la objeción es reveladora en otro aspecto importante: los varones que nos sustituyen en la representación política no pertenecen a esas minorías, por eso hablan de incluirlas con el cupo. La política no solo es sexista sino también androcéntrica (refleja el punto de vista y los intereses del varón dominante no solo en términos de sexo sino también de clase, de etnia, de religión y más).
Dicho esto sobre los sesgos de privilegio de la política, es bueno preguntarse cómo llegan las que llegan a estos lugares de representación, para pensar si una vez allí todavía abrirán espacios diferentes o estarán condicionadas por el control de los poderes tradicionales de sus partidos.
Y preguntarnos también qué pasó con otras mujeres que quedaron en el camino. Dónde desarrollan su activismo, cuáles son sus esperanzas e ideas de futuro, sus propuestas, el impacto diferencial de las decisiones políticas sobre sus vidas.
Al poner la seguridad y la Justicia en manos de mujeres, los decisores políticos parecen delegar un territorio arrasado por el dominio de la corrupción y las redes de complicidad y encubrimiento. Tan lejos del poder durante décadas y sin acceso a lugares relevantes en el Estado, rara vez las mujeres forman parte de la conducción de estas redes.
En nuestro país, en años recientes, el activismo femenino se hizo visible hasta para las más misóginas expresiones de la cultura. La marcha Ni Una Menos, la Huelga de Mujeres, las vigilias durante la sesión de votación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, hicieron inocultable nuestra condición de agencia política, nuestra construcción de ciudadanía y de demanda al Estado.
El movimiento de mujeres es potente y diverso y ha tenido muchos logros. Algunos sectores sociales reaccionan violentamente a estos tiempos de incertidumbre, donde las identidades y roles de género tradicionales mutaron y los contratos interpersonales y políticos no responden a la receta tradicional, y se refugian en los fundamentalismos. Pero las instituciones que los representan también están en un tembladeral de deslegitimación. Es emocionante estar asistiendo a un cambio histórico y no cerrar los ojos.
Protagonistas: PERFIL del sábado tiene muchísimas mujeres protagonistas en sus notas, por buenos y malos motivos, que no solo nuestros logros nos hacen visibles. La que más me sorprendió fue la referida a la fiscal paraguaya que interviene en delitos de la Triple Frontera. Ella, junto a una fiscal especializada en delitos informáticos y otra fiscal amenazada por sicarios de organizaciones narcos, investigan delitos complejos transnacionales en esa intersección terrible entre Argentina, Brasil y Paraguay.
Al poner la seguridad y la Justicia en manos de mujeres, los decisores políticos parecen delegar un territorio arrasado por el dominio de la corrupción y las redes de complicidad y encubrimiento. Tan lejos del poder durante décadas y sin acceso a lugares relevantes en el Estado, rara vez las mujeres forman parte de la conducción de estas redes.
Entonces parece que poner una mujer profesional en estas riesgosísimas funciones es una promesa de capacidad y probidad; dos condiciones que deberían ser obvias en toda función pública. Y ellas lo hacen. Y lo hacen bien.