Por estos días, el país está asistiendo al inicio de un período que promete ser fatigoso, potenciado por la angustia de la pandemia y los problemas económicos, ambos largamente irresueltos.
El próximo cuatrimestre augura un escenario preelectoral, pleno de disputas, altisonancias, promesas de todo tipo, en el que cabe destacar algunos de sus aspectos, que podrían ser los rectores.
Entre ellos, la ya evidenciada estrategia oficialista que en todas sus manifestaciones denuncia que la oposición es la mentora de los males nacionales a partir del odio que, eventualmente, profesa, no solo hacia el oficialismo sino también hacia los argentinos.
Así lo hacía saber la vicepresidenta en uno de sus recientes discursos: “En realidad, odian a los argentinos”, mientras las huestes K avanzan sin pausa en la colonización de las instituciones, y en especial de la Justicia, en pos de su impunidad.
Esta actitud resulta, como estrategia, replicada con matices por distintos personeros oficiales, como por ejemplo el jefe de Gabinete bonaerense, al afirmar sin rubores que la oposición, en su supuesto odio al país, fue incluso más lejos que el fascismo y el nazismo (referencias de La Nación 10-7-21). La oposición, por su parte, supuestamente consciente del rol vital que asumen las próximas elecciones para el futuro de los argentinos, está dando muestras de una incipiente renovación, con la incorporación de nuevas voces, algunas de merecido prestigio, pero aún careciendo de un mensaje claro y consistente sobre la gravedad del momento y la importancia del próximo acto electoral.
Es preciso plantear a la sociedad la disyuntiva de un tipo de república u otra: una donde funcione el pacto ciudadano, el Estado de derecho, la Constitución, la división de poderes, la Justicia, la prensa libre, frente a aquella otra, deseosa de arrasar todo ese entramado de convivencia civil.
Enfatizar con claridad que no es “ellos o nosotros” o “vamos por todo”: es una república o una autocracia lo que está en juego.
Este mensaje difícilmente le llegue al núcleo duro, convencido, comprado o cooptado por el kirchnerismo. Ya está definido. Por convicción o por conveniencia.
El resto de la sociedad debe escuchar la proclama. No solo sobre las variables económicas, ni el valor del dólar, ni siquiera la cantidad de muertos por la pandemia. Menos aún por la defensa del último presidente, atacado sistemáticamente por el Gobierno y el kirchnerismo todo, como estrategia electoral.
La avenida del medio, aquella que podrá definir una elección vital para el país, requiere definiciones mucho más claras y profundas sobre el tipo de país en que se quiere vivir. Tomar conciencia del enorme peligro institucional que se cierne sobre la Argentina. Mucho más allá de los juicios penales contra la vicepresidenta, que van camino, si es que ya no lo están, hacia la anulación o el archivo.
Es necesario concientizar que para recuperar la capacidad institucional y torcer este dramático camino al que se enfrenta la Argentina, el único instrumento es el voto que impida una hegemonía absoluta en el Parlamento.
A su vez, resultan engañosas, en algunos casos intencionalmente, las reiteradas voces que pretenden equiparar al Gobierno y a la oposición como dos fuerzas políticas equivalentes: son muy distintas.
En ese marco, el remanido reclamo de diálogo se convierte en materia abstracta. Para concretarlo, como en el tango, se necesitan dos. No se hace factible con aquellos que plantean sistemáticamente el “ellos o nosotros” o el “vamos por todo”.
“¿Puede uno sentarse a jugar al ajedrez con alguien que mueve los peones como una torre y las torres como una reina? ¿Se puede dialogar con quienes no aceptan las reglas de juego y se ponen fuera de la ley?” (S. Suppo. La Nación. 10-7-21).
Convencer al electorado de la actual encrucijada es la tarea fundamental de toda la oposición y para ello deben construir un mensaje que apunte con claridad a estos objetivos. De no hacerlo, es muy serio el peligro que se cierne sobre la Argentina.
*Economista argentino. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.