En 1958 Friedrich Dürrenmatt escribió una novela formidable (una más): La promesa. Lo sorprendente, además de la novela en sí, es el subtítulo. Réquiem por la novela policial. Ya saben lo que es un réquiem: una oración que se reza en memoria de un difunto. O sea que en este caso el difunto es la novela policial, a quien Dürrenmatt da desde ese instante por muerta. Casi nada. Lo cierto es que Dürrenmatt consideró al género como efectivamente muerto, ya que no volvió a escribir una novela policial (murió en 1990) después de La promesa. Pero las novelas policiales se siguieron escribiendo, lo cual prueba que la literatura no sirve para nada. En La promesa un escritor (presumiblemente el mismo Dürrenmatt, qua acaba de dictar una conferencia, hace un viaje en auto con un ex jefe de la policía de Zurich, quien le objeta la inverosimilitud reinante en las novelas policiales, en las que siempre prevalece el carácter lógico de los acontecimientos, desestimando siempre lo que está más presente en la realidad, que es el azar. El escritor escucha y elabora una especie de defensa, pero el Doctor H. (el ex jefe de policía) se detiene en una estación de servicio, donde es atendido por quien en otro tiempo fuera un detective ejemplar llamado Matthäi. El Doctor H. vuelve a poner en marcha en auto y encuentra que la historia de Matthäi se ajusta perfectamente a lo que trata de hacer que el escritor entienda, de modo que toda la novela es ese relato minucioso que el ex jefe de policía le hace al escritor sentado en el asiento del acompañante que escucha, en completa mudez.
El devenir tradicional de las novelas policiales queda descartado desde el vamos. Crimen misterioso, investigador sagaz, resolución y hallazgo del culpable. Lo que La promesa a su modo, que siempre es un poco improbable, sostiene, es que la novela policial tradicional suele desestimar lo que en la realidad siempre está presente en la resolución de un caso: el caos.
William de Ockham, un fraile franciscano, filósofo y lógico escolástico inglés del siglo XIV, gracias al cual no sólo siguen resolviéndose casos policiales, sino también enviándose satélites al espacio y levantándose puentes. Ockham hizo frecuente uso en sus razonamientos del llamado principio de parsimonia, según el cual si un fenómeno puede explicarse sin suponer entidad hipotética alguna, no hay motivo para suponerla. Es decir, siempre debe optarse por una explicación en términos del menor número posible de causas, factores o variables. En otras palabras: cuando un problema tiene muchas soluciones, con mucha probabilidad la más simple es la correcta.
La literatura, que no sirve para nada, podría servir para algo si los investigadores, fiscales y jueces leyeran La promesa y tuvieran en cuenta el principio de parsimonia de Ockham. Funcionó a la perfección con el caso de la desaparición de la familia Pomar, funcionó a la perfección esta semana con el caso del crimen de Angeles Rawson. Y va a seguir funcionando por los siglos de los siglos. Amén.