COLUMNISTAS
Veranos

Resonancias

Oscuridad 20230203
Misterio | Unsplash | Ady

Al final del túnel, no siempre hay luz. A veces puede aparecer un sonido. Es lo que ocurre al hacerse una resonancia magnética, si uno se empeña en imaginar algo que pueda distraerlo de los veinte minutos que permanecerá sin moverse en el tubo, mientras es “interceptado” mansamente por las frecuencias sonoras. Así, obedeciendo a la quietud exigida, y despejando mi rodilla derecha de lo que pudiera endilgarle, sobre todo al menisco probablemente roto, me entregué al viaje. Machado de Assis, el gran escritor brasileño, advierte en su increíble novela Memorias póstumas de Bras Cubas, que el capítulo VII corresponde a un delirio de su protagonista, y que si el lector lo quiere saltear, está en todo su derecho. Lo explicita sin más: “Si el lector no es dado a la contemplación de estos fenómenos mentales puede pasar al siguiente capítulo”. Lo mismo podría decir de este artículo, sugiriendo lecturas aledañas, dado que mis vecinos de páginas siempre tienen algo bueno para ofrecer. No por ello dejaré de discurrir acerca de aquel momentáneo encierro, estimulada por sonidos aparentemente insulsos y desconcertantes. El estado de sopor y fantasía facilitó las asociaciones.

Las referencias comenzaron por lo musical. Tramos identificables, aunque repetitivos. El primer ataque fue de Jimy Hendrix. Un rasgueo mítico, entubado. La monotonía no afectó la semejanza. Hay estilos que machacan, se lo llama virtuosismo. Le siguió un cambio de época, pero encimada, acordes punks de Beat on the Brat de Los Ramones, tantos discos y remeras. Luego se produjo un intervalo de latidos secos, conciencia de la rodilla floja, ganas de estornudar, hubiera pedido una manta… En la siguiente frecuencia, década del 80: Philip Glass, su angustiante y genial disco The Photographer, basado en el galope de los caballos fotografiados por Eadweard Muybridge, partitura celestial que anticipa la tormenta. Entonces la música se transforma, comienzan  los sonidos de la naturaleza, sucesión de truenos monocordes, sin relámpagos ni lluvias. 

El niño de los erizos

En aquel hermetismo, imposible visualizar nada más que ruidos: gallos estruendosos abofeteando una madrugada ciega, cerdos sufriendo en una lejanía improbable, el croar de ranas insistentes en ningún charco imaginable. La acústica magnética sólo admitía presencias sonoras. 

Recordé que tenía la perilla por si quería suspender la sesión. Con sólo apretar el botón, recobraba los decibeles habituales. ¡En absoluto! No solo me entretenía sino que también cumplía con mi condición de “paciente”.  Lograba esperar.  ¿Claustrofóbica? “¡No!”, había dicho rotunda, como si esa respuesta me habilitara para viajar a la Luna. 

Entre el croar de las ranas y la llegada de los trenes (anticipé una próxima secuencia de chirrido de raíles) se produjo otro intervalo. Nuevamente latidos secos, resabio de fiesta electrónica. Sin darme cuenta, dejé de escuchar  (aunque mi rodilla era todo oídos) y pensé: el ambiente sonoro no suele considerarse a la hora de planificar las vacaciones. Se elige un paisaje que renueve los ímpetus: mar, montaña, sierra; la posibilidad de cambiar la perspectiva (en un sentido amplio) estirando el horizonte. O escenografías urbanas excitantes que remuevan nuestra cotidianidad. Sin embargo las vacaciones también lo son del mundanal ruido. ¿Cómo elegir donde viajar a partir del ambiente acústico que nos releve del bombardeo muchas veces no advertido de las bocinas, maquinarias de la construcción, taladros de asfalto, furiosos ladridos de perros desesperados por un paseo prolongado, injurias callejeras, altoparlantes de chatarreros, caños de escapes libres, etc. Inmersa en aquel tubo, se me ocurrió pensar en vacaciones sonoras. Elegir el mar por el rumor de las olas, y la carcajada de la rompiente;  la montaña por su silencioso diálogo con los vientos, bosques de pájaros inauditos (del latín “inauditus”, no escuchado).

En ese momento se agregó otro pensamiento: ¿uno escucha o resuena? ¿Acaso mi rodilla no estaba produciendo imágenes con los sonidos que la interceptaban? ¿Los sonidos de la naturaleza también nos decodifican? ¿Escuchamos los sonidos o los sonidos nos están leyendo?

Mejor no comentarle nada de esto al traumatólogo. 

Todo sea para desmentir la claustrofobia. Salir airosa, con menisco roto.