Marine Le Pen, la candidata de extrema derecha del Frente Nacional (FN), sueña con dar hoy el gran golpe en las elecciones presidenciales en Francia. Ese sueño, amparado por parte de la clase obrera, el voto rural y los desencantados con la globalización y la Unión Europea (UE), tiene en vilo al resto de la sociedad, aterrorizada ante un posible giro hacia el populismo que posibilite un Frexit de Bruselas.
Los pilares de la extrema derecha, sostenidos por Le Pen, apelan al apego al propio terruño, un sentido identitario ajeno a todo cosmopolitismo, la exaltación del heroísmo, el culto al jefe y la nostalgia de una supuesta era dorada. El Frente Nacional –al igual que Trump en Estados Unidos– promete restaurar ese paraíso perdido, hacer a Francia más segura –atropellando todos los derechos civiles que sean necesarios– y, sobre todo, eliminar la Quinta República, que con sus frenos y contrapesos le vedó hasta ahora el poder.
La pesadilla lleva ya 15 años. En 2002, Jean-Marie Le Pen, padre de Marine, xenófobo, antisemita y negacionista, dio el gran batacazo y sorprendió a todos al disputar la segunda vuelta con Jacques Chirac. Por ese entonces, la sociedad francesa se abroqueló detrás de la candidatura del gaullista, que cosechó el 82% de los votos y aparcó el miedo al giro a la extrema derecha.
Pero el FN no se amilanó. En las presidenciales de 2007 cosechó el 10% de los votos, en 2012 hubo un relevo de mando y Marine trepó al 17,9%, y finalmente en las parlamentarias europeas de 2014 quedó en primer lugar, con el 25% de los sufragios. Hoy aspira a quedar entre los dos candidatos más votados y pasar al ballottage, donde se reiteraría el “efecto Chirac”.
Pero Emmanuel Macron, señalado por los sondeos como su eventual rival, encendió la alarma y remarcó lo que hoy está en juego: “Los que dicen que Le Pen no puede ganar en la segunda vuelta son los mismos que decían que Trump no podría ganar nunca”.