COLUMNISTAS
LA HERENCIA DEL DEFICIT FISCAL

Revisar o licuar el gasto será inevitable

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El déficit fiscal sigue en aumento. En números redondos, los ingresos crecen más o menos con la inflación (en torno del 25%/30% anual), mientras que los gastos se incrementan a ritmo “electoral” (en torno al 40% anual).
Proyectando estos datos, y teniendo en cuenta que hacia finales del año el gasto aumenta, el próximo gobierno “heredará” un déficit difícilmente menor al 6% del PBI, entre 300 mil y 400 mil millones de pesos.
Esta herencia tiene tres aspectos relevantes. El primero es que este enorme desequilibrio se presenta con poco espacio para aumentar impuestos, dada la presión tributaria récord actual.
Tampoco hay mucho espacio para reducir la evasión. Es cierto que sigue siendo, en algunos impuestos, relativamente elevada. Pero no es menos cierto que ese fenómeno no obedece tanto a la ineficiencia de la AFIP, sino a la incapacidad de hacer rentables ciertas actividades, soportando la presión impositiva actual. En otras palabras, la evasión puede reducirse algo, y también pueden eliminarse exenciones impositivas, pero para muchas empresas pagar totalmente sus impuestos implicaría la desaparición.
El segundo aspecto relevante de la situación fiscal es el tamaño récord del gasto.
Aquí también es cierto que pueden reducirse sustancialmente los subsidios económicos, que hoy financian precios artificiales de la electricidad y el gas o el transporte aéreo. Y que se concentran mayormente en sectores de medios y altos ingresos. Y que el sobreempleo público y el derroche y la corrupción en la obra pública son elevados.
Pero la sociedad argentina está hoy demandando aumento del gasto público y no reducción. Quiere más bienes públicos y más Estado, y no menos. Más obras públicas, y no menos.
Bajar el gasto, o reasignarlo, exige, entonces, enfrentar un conflicto que la política argentina, en general, no ha querido superar “por las buenas”. Se ha preferido siempre la “licuación” al debate democrático.
El tercer aspecto del déficit fiscal se relaciona con el modo en que este bache fiscal es financiado.
Se está utilizando el impuesto inflacionario, emitiendo pesos desde el Banco Central y, complementariamente, algo de deuda que “desplaza” a la deuda que podría contraer el sector privado.
Pero cobrar un impuesto inflacionario de la magnitud del 25%/30% anual para cerrar las cuentas obliga a restringir la compra de dólares. Obliga al cepo.
Me explico.
Comprar dólares es la manera que los tenedores de pesos tienen de evadir el impuesto inflacionario. Como el Gobierno considera “natural” el impuesto inflacionario, también considera “ilegal” evadirlo. Para evitar esa evasión, se prohíbe a los ciudadanos acceder libremente al mercado de dólares. Pero al prohibir la libre compraventa de dólares, se limita también el ingreso de dólares. Al limitar el ingreso de dólares, se raciona la producción de bienes y la economía se estanca. En otras palabras, el déficit fiscal financiado con el Banco Central genera inflación. Para evadir el impuesto inflacionario, los tenedores de pesos compran dólares. Para reducir dicha evasión, el Gobierno limita el acceso al mercado de dólares. Al limitar el mercado de dólares, la oferta de dólares se vuelve escasa. Ante la escasez, se restringen las importaciones. Con menos importaciones, se produce menos, y la economía no crece. Relación directa entre inflación y estancamiento. Es decir la estanflación actual.
Obviamente, se podría mantener el déficit financiándolo con endeudamiento externo, o con una “lluvia de dólares” por mejoras en los precios de nuestras exportaciones, o vendiendo activos (Vaca Muerta). En ese caso, se reemplaza impuesto inflacionario por ingresos de impuestos a la exportación, o dólares de la inversión. Y esos dólares permitirían liberar el cepo, las importaciones y la producción, sin tocar el gasto.
Pero con este escenario internacional, estos precios relativos locales, el conflicto con los holdouts y la reputación argentina, no parece que esta solución esté disponible en el corto plazo, al menos en las magnitudes necesarias.
Y si lo estuviera, endeudarse o destinar dólares a financiar este gasto público, sin revisarlo, tampoco sería aconsejable ni conveniente.
Por lo tanto, replantear el gasto público en la Argentina “por las buenas” o “por las malas” será ineludible.
Esperemos que sea por las buenas.