Tras la catástrofe de Chernobyl, se publicó en Europa un ensayo que iba a revolucionar a las ciencias sociales. En 1986 Ulrich Beck daba a conocer La sociedad del riesgo, un inquietante trabajo que alertaba sobre los profundos cambios que iban a producirse en la sociedad luego del accidente de la central nuclear soviética. El pensamiento de Beck fue concebido para encuadrar la etapa final de la Guerra Fría, cuando el peligro de la aniquilación era latente. Pero su legado ha cobrado una fuerza inusitada con el devenir de la pandemia, cuando la humanidad volvió a verse amenazada.
Beck anticipó que el desafío de la sociedad posmoderna, a la que prefería llamar “modernidad reflexiva”, era poder dar cuenta de todos los escenarios posibles, aun los más improbables. Advirtió que a los conocimientos aportados por la experiencia y la comprobación científica, había que añadir la imaginación, la sospecha y también el miedo. Se trataba, entonces, de la construcción de una sociedad que transitaba al límite de la racionalidad para poder asimilar la irracionalidad que enfrentaba.
Sorprende percatarse de la feroz antelación que este genial sociólogo alemán, discípulo de Jürgen Habermas y formado en la Universidad de Munich y la London School of Economics, describió hace más de treinta años: un paradigma ideado para analizar la compleja densidad de las últimas décadas del siglo XX, que se adapta a la perfección para entender la conflictiva problemática de las primeras décadas del siglo XXI.
El pensamiento de Beck fue concebido para encuadrar la etapa final de la Guerra Fría, cuando el peligro de la aniquilación era latente. Pero su legado ha cobrado una fuerza inusitada con el devenir de la pandemia, cuando la humanidad volvió a verse amenazada.
Beck vaticinó que en medio de una crisis planetaria, en la que la especie humana corre serio peligro, los dirigentes “pueden verse obligados a proclamar una seguridad que no pueden avalar” porque “el costo de la inacción es mucho más alto que el de la sobreactuación”. Se trata de una cruda descripción de lo experimentado en todo el mundo tras la aparición del coronavirus en Wuhan: fueron casos que hemos visto repetirse hasta el cansancio en políticos de todos los continentes durante este año pandémico.
Allí aparecen Donald Trump y Jair Bolsonaro, por citar solo los ejemplos más emblemáticos, que minimizaron y ridiculizaron la gravedad del Covid en Estados Unidos y Brasil, dos de los países más afectados, pero terminaron siendo derrotados doblemente por el virus: sin poder revertir la amenaza desde su rol político como jefes de Estado y sucumbiendo a la enfermedad desde el contagio sufrido en el plano personal.
“No va a ser fácil, en un contexto de promesas estatales de seguridad y de unos medios de comunicación hambrientos de catástrofes, limitar y prevenir un juego de poder diabólico con la histeria del no saber”, concluyó Beck para esbozar la perfecta radiografía que reflejó, con realidad asombrosa, lo vivido en estos meses: a medida que se multiplicaron las muertes y contagios desde Asia hasta Europa y desde América del Norte al Sur, la gobernabilidad entró en crisis y las fake news se viralizaron con más rapidez que el Covid.
La falta de sensatez política, hay que decirlo, también afectó a la Argentina: desde el desconcierto en torno a la vacuna rusa protagonizado por funcionarios del Frente de Todos, que desinformaron al informar los desaciertos de la delegación argentina enviada a Moscú; hasta la confusión de dirigentes de Juntos para el Cambio, que plantearon la irrisoria antítesis de priorizar una agenda económica sobre la de salud púbica, en medio de una emergencia muldimencional socioeconómica y sanitaria.
“Ha surgido en la modernidad un destino de peligro, una suerte de contramodernidad, que trasciende todos nuestros conceptos de espacio, tiempo y diferenciación social –describió Beck–. Lo que ayer todavía estaba lejos es ‘la puerta de entrada’ a lo desconocido”.
Es que la sociedad del riesgo es, siguiendo a Beck, una forma sistemática de lidiar con conflictos multifocales y sincrónicos. Es el retorno de la incertidumbre: el riesgo como reconocimiento de lo impredecible y el temor a sus implicancias. “Ha surgido en la modernidad un destino de peligro, una suerte de contramodernidad, que trasciende todos nuestros conceptos de espacio, tiempo y diferenciación social –describió–. Lo que ayer todavía estaba lejos se encontrará hoy y en el futuro es ‘la puerta de entrada’ a lo desconocido”.
Fue la cuestión nuclear la que catapultó la definición de sociedad del riesgo en la opinión pública. Pero Beck también compartió en su obra la preocupación con el movimiento ambientalista por la irresponsabilidad del desarrollo económico moderno y el surgimiento de una conciencia generalizada por el cambio climático y la contaminación del planeta.
“Una vez que se haya dejado entrar lo invisible –describió Beck–, pronto no serán sólo los espíritus de los contaminantes los que determinen el pensamiento y la vida de las personas. Todo esto se puede disputar, se puede polarizar o se pueden fusionar. Surgirán nuevas comunidades y comunidades alternativas, cuyas visiones del mundo, normas y certezas se agruparán en torno al centro de amenazas invisibles”.
¿No estamos, acaso, atravesando una guerra contra un enemigo invisible? ¿No nos encontramos armados sólo con indefensos barbijos y alcohol en gel contra una amenaza que nos supera porque no podemos dimensionar? El pensamiento de Beck nunca pudo ser más claro.
Pero hay más. “¿Cómo podemos hacer frente al miedo –preguntó Beck–, si no podemos superar las causas del miedo? ¿Cómo podemos vivir en el volcán de la civilización sin olvidarlo deliberadamente, pero también sin asfixiarnos con los miedos, y no solo con los vapores que emana el volcán?”. La respuesta es todavía más urgente en 2020 que en 1986.
*Doctor en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación. (@rodrigo_lloret)