Es un asunto que me intriga: ¿estamos más conectados o más aislados? Digo: no solo en la cuarentena, sino en esta alternativa de vivir una parte nada desdeñable de la vida en modo virtual. Para los escritores, poder leer obras de autores remotos apenas publicadas o participar de coloquios para los que antes hubiéramos debido viajar se está convirtiendo en una tendencia que seguramente continuará cuando los extraterrestres nos traigan la vacuna. ¿Se reducirá el viaje, con toda la vida que el viaje consume y toda la que a la vez produce?
El miércoles me metí en un coloquio del posgrado de letras de la Universidad de Santa Catarina, abierta a curiosos del orbe. Susana Scramim y Luz Rodríguez Carranza hablaban de ficciones, apariencias, memes, intimidad, tecnología, Benjamin y Lacan: todos temas que me interesan más que Netflix, y que uno puede –si quiere– sumarse en la agenda del día.
Scramim contaba una cosa sorprendente: el diccionario (portugués, en su caso, pero es igual con el nuestro) ofrece varias definiciones y sinónimos de “intimidad” pero ningún antónimo. ¿Qué es lo contrario de la intimidad? ¿Por qué no queremos tener palabra para ello? Algún participante en línea, creo que Raúl Antelo, ofreció inaugurar “extimidad”. ¿Cómo definirla? Otros proponían que lo contrario de la intimidad podría ser la formalidad, donde se impone una distancia acordada para realizar actos; esa forma garantiza un mínimo de protección a las emanaciones del otro.
Las emanaciones, los aerosoles, la respiración, el aliento, el beso: eso es lo que falta cuando perdemos intimidad. Pero también cuando las redes sociales (que ofrecen una explotación comercial no remunerada de nuestra intimidad) mezclan –como sostenía Carranza– lo íntimo con lo público sin anunciar diferencia alguna. Hay quienes sólo usamos las redes para subir fotos de gatitos o atardeceres que nos alegraron el día, pero otros militan para cambiar mundos, se comprometen con seudónimo, se agreden para ejercitar la lengua.
Lo cierto es que la formalidad no es el enemigo. Ese pacto de distancia, de extimidad, garantiza un respeto que es diferente para cada cultura. Esta misma charla, en vivo y en directo y entre argentinos, hubiera acontecido a los gritos y regada de distracciones. En la fría pantalla algo intermitente, estábamos conectados. Y algo íntimos. Yo me dejé la parte de abajo del pijama porque igual no entraba en cuadro. Y pensé en mis cosas, íntimas, todo el tiempo que duró el coloquio.