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La etiqueta para afuera

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Vale está en el piso, el pulóver al revés, la etiqueta para afuera. ¿Para qué vamos a elegir un lado A y un lado B de los pulóveres? Ya fue todo. Bruno dormido sobre su espalda, ambos derramados en un mapa gigante de la ciudad en el que han estado mirando lugares. Lugares cercanos a los que no se puede ir hasta caer dormidos. 

Esta pieza audiovisual es una de las más bellas producciones sobre y en la pandemia que he visto últimamente. Se trata de una colaboración entre Valeria Correa y su pareja, Manoel Hayne, a instancias del CCK, con curaduría de Bárbara Hang y Agustina Muñoz, quienes se devanan los sesos para imaginar formas de trabajo (trabajo real, de calidad, alejado de la limosna de la urgencia) para actores, teatristas, cineastas. Siempre hemos trabajado con el límite. Este –bien entendido– es una gran liberación, aunque ahora el límite sea el encierro.

Para este archivo, el CCK propuso a Valeria, actriz del colectivo Piel de Lava, que revisara alguna obra que la hubiera impactado de manera duradera. Eligió 1500 metros sobre el nivel de Jack, aquella gema de Federico León de la cual muchos quedamos prendados para siempre. Como sus obras son difíciles de sumariar, Valeria prefiere mostrar algunas coincidencias: en aquella, madre e hijo metidos en la bañadera, cerca de la tele encendida y mal cableada, se entrenaban para salir a buscar a Jack, el padre, el buzo, el misterioso ausente que camina por los fondos barrosos del Río de la Plata. El hijo sabe de la inutilidad del entrenamiento. La madre insiste en que habrá un afuera. 

El hijo de Valeria, Bruno, tiene 3 años: no hay actuación ni dirección en sus maneras de referir al encierro. La cámara acaricia esa falsa calma eterna en la que la madre está obligada a no sobreactuar la situación.

La lente de Hayne encuentra la forma exacta de bajar los cielos nublos, relampagueantes sobre los edificios atiborrados de niños del encierro en Caballito; la calle es apenas un reflejo remoto de algún vidrio. Valeria hace –igual que nosotros– todo lo que hay que hacer: la lavandina, el homeworking, la clase de yoga; todo con Bruno colgado del cuello, pendiendo de un hilo, de un cable a punto de hacer cortocircuito, como aquel antológico televisor de Fede León en el sótano del Teatro del Pueblo. Los niños son tercos, son insistentes, son fuertes en la permanencia. El maestro del año pasado se comunica como puede; con la maestra de este año la relación no existe porque es solo virtual, y para el chico eso es como comer sin gusto; ahora el jardín ha prohibido los encuentros virtuales con sus ex maestros. Da lo mismo, es como el pulóver, ya nos hemos acostumbrado a toda pérdida. Al igual que Valeria, más o menos todos los padres tememos que los niños solo tengan relación con la parte virtual del mundo: racionamos la tablet, elegimos horarios para “visitar” a los abuelos, insistimos con los Rastis, pero a la vez nosotros mismos interactuamos todo el tiempo, celular en mano, con el mundo alrededor a través de cables y pantallas. Jairo Straccia, la locomotora Tom, el maestro Marquitos del año pasado: el mundo de Bruno se está formando en la superficie resbalosa de pantallas. Hoy, mi hijo de 8 años tenía una reunión virtual con su escuela y cuando le aburrió la clase saludó y apagó la computadora. Tuvimos que explicarle que eso no se podía hacer, que la clase era algo así como obligatoria. Se le llenaron los ojos de lágrimas. “Pero me aburro”, nos dijo, como si la escuela fuera ahora una pantalla de Minecraft en la que no pasa nada y uno pudiera deslizarse de ella con un dedo.

Soplaré, soplaré, la casita tiraré se puede ver en el archivo del CCK. No hay atisbo de tragedia en este registro poético. Y sin embargo, la observación minuciosa de la particularidad de cada encierro arma un espejo inquietante: sobreviviremos, pero a qué costo. Estamos bien, porque podríamos estar mucho peor. Es provisorio, así que no vayamos a acostumbrarnos. Pero explíqueselo usted a Bruno, a todos los niños a los que se les está robando un mes, un cuatrimestre, un año definitivamente crucial de sus infancias.

El lobo ya está adentro.