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Trabajos

Dormir en oficinas

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Para algunos privilegiados, la demoníaca nueva normalidad se llama trabajar en casa. Los demás elementos del equilibrio socioeconómico también están desbaratados y cuesta analizar uno por uno los peldaños descendientes de nuestro infierno cotidiano. Pero, tal como confirman la historia y los psicólogos, el hombre se adapta a todo; a veces me parece que alguien se quiere aprovechar de esa inevitable adaptación.

Para muchos, ahorrarse el viaje al trabajo es una ventaja colateral inesperada. También el hecho de regular la intensidad: lo que dejo de hacer hoy lo recupero mañana, total nadie me mira. Pero en esta autorregulación hay muchas más desventajas, algo ocultas quizás tras la histeria de la supervivencia.

En una entrevista italiana, Yuval Noah Harari señalaba con absoluta razón que cuando tu jefe te deja trabajar en casa, usa los servicios de tu hogar como oficina: la luz, el gas con el que te calentás, la comida, el alquiler. Son todas cosas que su empresa se ahorra y no te paga, a la vez que en muchos casos te propondrán reducirte el salario para compensar que no estás yendo a trabajar.

El latrocinio es aún más evidente en los servicios. A mis vecinos, de cuarentena en otra parte, los consumos de luz y de gas (que fueron cero) les llegan como en la factura de meses anteriores. No se envían inspectores a revisar los medidores, así que, por las dudas, te cobran igual. Adonde han mandado inspectores es a los barrios humildes, como el San Antonio, en Ituzaingó Sur, donde Naturgy acaba de remover los caños de la gente que, al no poder pagar el gas, se había colgado de prestado del servicio en la emergencia.

La cuarentena ya se fue transformando en surrealismo. Y en esa metamorfosis siempre encuentran la manera de robarte un poco más. Eso sí: aumentar los impuestos a las grandes riquezas no se puede y desde el Gobierno se aclara diplomáticamente que acercarse a un modelo justo no significa acercarse al socialismo. Un mapa por ahí.