COLUMNISTAS
peliculas

Todas las flores la flor

default
default | CEDOC

Mi hipótesis –como la de todos– es que el mundo puede cambiar para siempre (y mucho) o no cambiar un carajo. En todo caso, si algo va a cambiar, apuntemos lo que podría ser para bien. ¿El teatro del futuro será por celular? ¿La poesía será algo leído por influencers en Instagram? ¿El cine será más grande o más chiquito?

La semana pasada, Pola Oloixarac comentaba con ácida precisión Sopa de Wuhan. En este libro de compilación argentina se pueden leer en castellano, todos juntos, a Slavoj Zizek, Giorgio Agamben, Paul B. Preciado o Byung-Chul Han. Como ante una multipantalla de Zoom, nos podemos dar el raro lujo de hacer comparaciones o señalar yerros: Agamben pifia el diagnóstico por quince días de diferencia con la realidad, pero también será alta filosofía ver cómo se desdice un filósofo. En circunstancias extraordinarias, nada queda en su lugar. Esta sopa otrora oscura fue leída por millones. Está bien: esta filosofía se nos presenta en el mismo menú que las clases de yoga o las recetas de merenguitos. Pero la cifra de lectores es inédita.

Inédito es, también, lo que sucede con ciertas películas y ciertas prácticas. Un ejemplo grandioso es lo que se juega en la liberación de las películas de El Pampero, la factoría de Mariano Llinás, Laura Citarella, Alejo Moguillansky, Agustín Mendilaharzu y sus mil adláteres. Ideólogos de la independencia por convicción y por necesidad, sus películas habían estado hasta ahora destinadas a cierta elite de fans, a los festivales piolas o a los gustos de los franceses: La Flor fue tapa de Libération en París, algo que solo ocurrió con el cine tres veces en la historia del planeta.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

No importa aquí y ahora cuánto me gusta la película, que es mucho. Todo es mucho en La flor. Su duración de quince horas la torna no solo un plan inviable para el espectador común (si es que existe) sino también un manifiesto acerca de los límites (los no límites) de la ficción. Pero la cuarentena –un cisne negro, algo no planeado en su factura– resultó un sitio ideal para que (como con estos filósofos tan atravesados) los espectadores se multiplicaran como el virus. De ser la figurita difícil y el whisky añejo de beodos entendidos, de pronto pasaron a servirnos en dosis de tetrabrick y al alcance de un clic las historias más singulares –en forma y contenido– de los últimos años del cine. La flor es una experiencia infinita y planetaria que trasciende el cine: es una declaración de amor a personas reales (sus cuatro intérpretes), un razonamiento sobre cómo producir relato fuera de la industria y, sobre todo, un canto de rebelión al lazo con el que la realidad busca meternos en el corral. Nadie que la esté viendo (en capítulos o como pueda) podrá dejar de notar que sus diálogos, monólogos y silencios nos arrancan de la pandemia, tal como es deseable en las buenas ficciones, nos liberan de ella para devolvernos ampliados, ennoblecidos. No podemos volver con inocencia sobre los barcos y tropas que EE.UU. despliega en este momento sobre Venezuela luego de sentir, tras el largo episodio de las espías melancólicas, el verdadero propósito de la guerra fría y la caliente: el sinsentido. El prototipo de relato incierto, excedido, abierto, que es La flor encaja perfectamente en los tiempos de todos. Podrá aducirse que eso pasa porque se trata de una gran obra. ¿Pero por qué es grande? Quizá porque coincide –casi azarosamente– con las circunstancias extraordinarias de sus contemporáneos.

Señalo La flor exageradamente como norte; no es por azar: un proyecto concebido para ser único, exclusivo, alternativo y singular, de pronto se manifiesta accesible al mundo entero. El Pampero, siempre tan celoso de sus canales de difusión, rabiosamente independientes y sin subsidios, siempre en cooperativa, súbitamente abre las puertas de la casa y la casa se le llena. Pero esta película está siendo vista –además– por los grandes productores del orbe y por las instituciones que pueden hacer cine. Ya no habrá vuelta atrás. 

La flor cambia el cine para siempre. Si esto no pasa, será una de las cosas que nos hagan sentir que el virus letal y abominable no habrá valido la pena, ni los muertos.