“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: Es, además, un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden”.
Albert Camus (1913-1960); de su ensayo ‘El hombre rebelde’ (1951)
El célebre militar prusiano Carl von Clausewitz diría que, técnicamente, toda Copa Libertadores es la continuación de la política por otros medios. Hay mucha divisa fuerte en juego, y todos pelean por una porción cada vez más grande de esa torta millonaria.
Allí también definen, si es necesario, árbitros, guiños dirigenciales, y los equipos sin chances que esperan un premio extra en riguroso efectivo que alientan, aceptan, nunca reconocen, pero reivindican: “A mí no me pasó, pero si es para ganar, yo no lo veo mal”.
Se hablará de esto hasta el hartazgo, en pocos días. El clásico bolso con dinero negro de un tercero ajeno al club con quién firmaron un contrato, algo que debería ser suficiente motivación para jugar sin necesidad de anabólicos. La idea, lo sé, puede partir de risa a muchos. En tiempos de Lebacs, bicicletas financieras, fuga de capitales y posverdad, el tema de la incentivación es algo naïf. Una ingenuidad.
La aburridísima Súper Liga le cede el primer plano a la copa. Todos se cubrirán y pondrán lo necesario, adentro y afuera. Aunque nada es perfecto: un mal pique, una pifia, o una mala salida a lo Rossi, el arquero de Boca, puede arruinarlo todo.
Un par de atajadas espectaculares hubiesen enfriado la bronca. No fue el caso de Rossi: contra Palmeiras le llegaron dos veces, y las dos terminaron adentro, sin contar el blooper del saque que rebotó en la espalda de un rival. Si en el primero poco pudo hacer, en el segundo salió a cortar como un líbero, lejos del área, pero cabeceó mal, pifiado y al medio. Zás. Uno, dos rebotes, y el tiro del final, bombeado, que lo encuentra a mitad de camino, pidiendo un taxi para volver. Oh, no.
Desangelado, el equipo deambula sin norte ni fe, sin un líder, ni siquiera un Brancaleone dispuesto a todo con tal de arrebatarles el Santo Grial a los templarios de Gallardo. Cascini y Ruggeri juran por la tele que a Boca le hacen falta tres o cuatro tipos “qué-ha-blen”. Reivindican la terapia cara a cara, encerrados en el vestuario. Charla, gritos, piñas si hacen falta, y listo. “Si a Pavón le piden que baje mucho, hay que decirle: “¿Nene, dónde vas? ¡Vos te quedás ahí!”. El técnico, juran, les agradecerá la puenteada y el ninguneo. Si ganan, claro.
Pero aquí sobran los obedientes. Sobre todo a la hora de cumplir con una obligación estética ineludible: jugar por abajo. Aunque lo que salga sea una de Hitchcock, filmada por un ciego. Cuando un arquero o un central torpe es presionado y juega forzado, la cosa puede terminar en: a) blooper fatal. b) pelotazo a las nubes. Convencidos o suicidas, insisten hasta que les salga, como Dujovne o Sturzenegger. Glup. ¡A los botes!
Al pobre Rossi lo estigmatizan con una frase nacida en los rigores de los 90, y que ha regresado en todo su esplendor: “Es buen arquero, pero no te salva”.
Lo repiten todos, bien metidos en el espíritu de época, y en singular. “No te salva”. Es decir, no me salva a mí, que no quiero perder más partidos ni plata. Individuo, meritocracia y grupo, en ese orden riguroso. “Pavón, vos asistí o reventá el arco y salvame; y vos arquero, alguna vez atajá alguna imposible…”.
El hombre de este tiempo se salva. Con lo que tiene, con lo que desliza por debajo de las mesas o con un aliado descartable. Se salva, y después ve. Lo hace cuando firma un contrato o una transferencia, cuando arma sociedades en Panamá, o cuando se afirma‒ay, Peña‒ que los negocios están vacíos porque la gente compra online. Hard face.
Otra palabrita de curioso nuevo recorrido es “rebeldía”. Hasta ayer nomás: “El que se rebela contra el poder, o la autoridad”. Por ejemplo, el Mayo Francés, el Cordobazo argentino, o la manifestación de protesta en la inauguración de la Feria del Libro 2018 contra el cierre de 29 profesorados. Cosas así.
Fiel al constante vaciamiento del contenido, hasta convertir todo en un yogurt light, tener rebeldía hoy es: “No rendirse, dejarlo todo, dar vuelta un resultado”. Un empeñoso, digamos. Aspiración tan modesta como “tener aguante”, escuálido sinónimo de valentía.
Gallardo habló sobre rebeldía. Pero fue Guillermo quién la definió mejor: “Es jugar; no pelearse ni pegar patadas, no tirar pelotazos y correr. En este partido tocamos hasta que se dio el gol. Eso es tener rebeldía”. Ah, mirá.
En fin. Parece que Saint Paoli, el hombre que gira por el mundo tocando timbres, deberá buscar un arquero que lo salve; y además tenerlo rebelde a Messi, el salvador de almas. Sobre todo las de Chiqui Wall de Moyano y Angel Easy, colgado de un pincel por culpa de Palmeiras, listo para congelar la sonrisa en la inminente fiesta por la Súper Liga, ese consuelo menor.
Otra curiosidad: en universo futbolero, las personas son inteligentes por elección, solo si conviene. “En ese partido tenemos que ser inteligentes”, deducen, convocando a una fuerza que parece esquiva. Inteligentes y con rebeldía; no para luchar contra el poder, sino para maquillar sus propias limitaciones. Esta rebeldía de morondanga no cambiará el mundo, pero puede animar a equipos muertos de miedo.
Así estamos, compatriotas. Tarareando Bella Ciao, el clásico canto de resistencia de los partisanos italianos en la Segunda Guerra Mundial, solo porque muchos lo descubrieron en la serie La Casa de Papel, en Netflix, y se les pegó.
Habrá que tener rebeldía, la de siempre; y ser todo lo inteligentes que podamos para no irnos de cabeza al descenso, con todo en contra y los jueces.
Y si el arquero no nos salva, tal vez podamos salvarnos el uno al otro, como hacen los buenos equipos, los de verdad.