El kirchnerismo recibió con previsible molestia el film de Rafael Filippelli que recrea el hecho fundacional de Montoneros: el secuestro y la muerte del general Pedro Aramburu, que para el oficialismo, en especial para los sectores que provienen o simpatizan con la Juventud Peronista, sigue siendo un “ajusticiamiento”, es decir el cumplimiento de la sentencia de un “juicio revolucionario” realizado “en nombre del pueblo”, como dice uno de los protagonistas. El film tiene un título neutro: Secuestro y muerte, pero el guión, escrito por Beatriz Sarlo, Mariano Llinás y David Oubiña, parece inclinarse rápidamente en favor de la víctima: Aramburu, que intenta que sus jóvenes y arrogantes juzgadores comprendan las razones por las que, en 1956, siendo presidente de la llamada Revolución Libertadora, ordenó el fusilamiento del general Juan José Valle y los militares y civiles que se habían levantado en nombre del general Juan Perón.
“Lo hice para evitar el caos; lo hice para evitar males mayores”, es la síntesis de los argumentos de Aramburu. Una explicación vana porque los dos jóvenes que hacen de fiscales ya tienen la sentencia que luego emitirán como “jueces del pueblo”: la condena a “la pena capital”. Ellos, en especial su líder, Fernando Abal Medina, que viste siempre de verde militar, están convencidos de su rol de legítimos representantes del pueblo peronista. Sobre el otro “cargo”, la desaparición del cadáver de Eva Perón, Aramburu dice que no delatará a nadie, que no se convertirá en traidor “sólo porque ustedes me tienen encerrado”.
Aramburu encarna la “ética de la responsabilidad” de la que hablaba Max Weber y, cuando explica las muertes de Valle, su compañero de promoción, y de los rebeldes, se parece mucho a Raúl Alfonsín cuando hablaba de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Son dos políticos atribulados que tomaron ciertas decisiones en situaciones imperfectas, no deseadas, persiguiendo las mejores consecuencias posibles. Hicieron lo que pudieron.
Los montoneros representan una “ética de la convicción”: están firmes en sus principios y se desentienden de las consecuencias de sus acciones, como, por ejemplo, matar a sangre fría a un ser humano indefenso, que muere sin siquiera saber si su esposa recuperará sus restos. Una flagrante violación a los derechos humanos, para utilizar el lenguaje actual.
Claro que esto es una “construcción”, una recreación de lo que podrían haber dicho Aramburu y sus captores. Todo resulta opinable. Más allá de eso, creo que la película tiene dos problemas importantes. En primer lugar, una inconsistencia en el personaje Aramburu: Weber sostiene que la ética de la responsabilidad no es para cualquiera, sino para las personas con auténtica vocación política. “Puede decirse que son tres las cualidades decisivamente importantes para el político: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura”, afirma. Pero el personaje de Aramburu repite que él no tenía vocación política, que había llegado a la presidencia sin proponérselo. Eso suena hueco: no le interesaba el poder, pero ordenó los fusilamientos por una cuestión de alta política. Parece, más bien, una racionalización, una explicación falsa construida 14 años después para no reconocer un error político.
El segundo problema tiene que ver con lo que pasa ahora. Es comprensible, y eso ya lo reconocen los kirchneristas más lúcidos, que la política de derechos humanos de los Kirchner, tan maniquea, genere una reacción, pero no es necesario copiar el método de santificar a quienes protagonizaron hechos de violencia política sólo porque, al final, terminaron siendo víctimas de la sangre que habían ayudado a derramar. Es difícil aplicar la ética de la responsabilidad a los fusilamientos de Valle y los rebeldes: el gobierno no peligraba, los sediciosos estaban en la cárcel, no había ninguna necesidad superior para matarlos. Los fusilamientos fueron, más bien, un error político porque dividieron aún más a los argentinos en vencedores y vencidos, algo que muchos de los partidarios del golpe contra Perón no querían. Y terminaron provocando más muertos, entre ellos Aramburu: el comando que lo secuestró se llamaba, precisamente, “Juan José Valle”.
*Editor jefe de PERFIL y autor de Operación Traviata, ¿quién mató a Rucci?