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Santos al gobierno, ¿Uribe al poder?

El nuevo presidente deberá enfrentar tareas pendientes. Mejor relación con la Justicia, diálogo con Venezuela y fin a la disputa con las FARC, sus desafíos.

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El presidente electo de Colombia, Juan Manuel Santos, que ayer asumió la primera magistratura, encabezó el martes y el miércoles pasados un retiro con sus colaboradores más cercanos en Anapoima, Cundinamarca. En el municipio fundado por don Lesmes de Espinosa Saravia, Santos y su equipo suscribieron una declaración conjunta de principios y valores que orientarán el futuro gobierno.

El designado ministro del Interior, Germán Vargas, subrayó diversas peculiaridades del compromiso: “Que haya ocupado buena parte del tiempo en las deliberaciones de Anapoima, que Santos lo haya declarado personalmente, que lo hayan firmado todos los asistentes y sea llevado al Congreso para convertirlo en un estatuto integral sobre ética y moral pública, y lucha contra la corrupción”.

El breviario de buenas intenciones contiene dos o tres que son seductoras: la promesa de una gestión pública sustentada en la austeridad, el despliegue de un sistema de gobierno más anticipativo que reactivo, con un “mercado hasta donde sea posible” y un Estado “hasta donde sea necesario”, la decisión de evitar “toda situación en la que los intereses personales directos o indirectos se encuentren en conflicto con el interés general o puedan interferir con el desempeño ético y transparente de (las) funciones” y el respeto por las diferencias y la disposición “a ceder ante argumentos”.

La “imitación de Cristo” ensayada por el Presidente Santos y sus colaboradores no da ninguna pista acerca de cuál será su política exterior respecto de su vecino Venezuela. Recordemos que Caracas rompió relaciones con Bogotá el pasado 22 de julio, luego de que Luis Hoyos, embajador colombiano ante la Organización de Estados Americanos (OEA), denunciara a esa institución que en Venezuela se cobijan unos 1.500 guerrilleros de las FARC. Por lo sensible de la situación, el presidente Chávez no asistió a las celebraciones del 26 de julio, día de la Rebeldía Nacional, durante las cuales el primer vicepresidente cubano José Ramón Machado Ventura expresó la solidaridad y respaldo de su pueblo hacia Venezuela, que, dijo, tiene “todo el derecho a defenderse” de las “amenazas y provocaciones del imperio”.

A medida que se acercaba el sábado 7 de agosto, distintos líderes regionales enfocaban su preocupación en el diferendo colombo-venezolano, y señalaban a la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) como el ámbito propicio para tratarlo, descartando las vías bilaterales. El 4 de agosto, el portavoz del gobierno brasileño, Marcelo Baumbach, expresó que “el presidente Lula considera que la iniciativa –tanto en lo que se refiere a propuestas como a temas para el diálogo–, depende de las partes. El presidente cree, además, que la Unasur ya está debatiendo el tema y que esta organización es un foro privilegiado para el debate sobre este asunto”.

Este “asunto” es mucho más complejo que lo que parece a primera vista. “Alvaro Uribe”, escribe el ex embajador y analista internacional Eduardo Sguiglia, “que comenzó su carrera en el Partido Liberal (colombiano), fue elegido en 2002 y, después de impulsar una reforma constitucional, obtuvo su reelección en 2006. Su administración (…) acredita estabilidad y crecimiento económico aunque, en particular, se caracterizó por mantener una política implacable frente a la guerrilla y al tráfico de drogas que sacude a Colombia desde largo tiempo atrás. Ciertos éxitos en este campo, no desprovistos de escándalos por corrupción, espionaje ilegal y tolerancia con la represión paramilitar, le permiten retirarse del poder con altos índices de popularidad.” El periodista colombiano Plinio Apuleyo Mendoza lo sintetiza así: “Alvaro Uribe fue un mandatario excepcional. Ninguno había logrado tanto en el campo de la seguridad, del desarrollo, de la confianza inversionista y de los programas sociales”. Sguiglia añade, esta vez sobre Chávez: “Otros, con los ojos puestos en Venezuela, infieren que la sobreactuación del presidente Chávez obedece a las dificultades que presenta la economía de este país a pocos meses de las elecciones legislativas. ‘La economía venezolana transita por un caos exponencial’, apuntan”. Pero esto es sólo un apunte de las complejidades y matices del desencuentro, en el que “hasta Dios está lejano”.

El presidente electo, Juan Manuel Santos, tiene tareas perentorias, más allá de los mandamientos rezados en Anapoima: Guillermo León Sáenz Vargas (“Alfonso Cano”), uno de los líderes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ha acercado un video que en el que plantea la posibilidad de discutir con el gobierno entrante el modelo económico, la reforma política, la tenencia de la tierra y la política exterior (bases militares). Debe buscar un modus vivendi con la Corte Suprema de Justicia, cuyos magistrados nunca digirieron que Uribe dejara el recurso de la tutela en manos de la Corte Constitucional, por considerar que con ello buscaba facilitar los trámites hacia su nueva reelección. Debe llevar a la Fiscalía General de la Nación (organismo cuya principal función es acusar a los presuntos responsables de haber cometido un delito, actualmente sin titular) a un jurista “riguroso e independiente”, según le reclaman sus acólitos. Y entre otras cuestiones, deberá despejar la incógnita de cómo se comportará en la arena política Uribe, de quien Santos fue su ministro de Defensa; pocos lo imaginan leyendo églogas y escuchando el lamento de los pastores Salicio y Nemoroso en una finca apartada de la exposición pública.
En cuanto a Venezuela, y frente a la pregunta realizada por el diario El Tiempo sobre qué opinaban los lectores de la asistencia del canciller venezolano, Nicolás Maduro, a la posesión del presidente Juan Manuel Santos, una respuesta promedio protestaba (en su parte publicable): “¡Qué manera de buscar intemperancia de los colombianos...! Es como preguntarles a los venezolanos qué opinarían sobre Uribe”. En una parte –al menos– de la población colombiana, marcarle la cancha a Chávez es una tentación difícil de evitar para los políticos domésticos. Cuestiones a las que nada, nadie, nunca vuelve abstractas.

No será lo mismo que capturar al jabalí de Erimanto o que capturar al toro de Creta, dos de los doce trabajos de Hércules, pero –por lo expuesto– Néstor Kirchner, secretario general de Unasur, no la tiene sencilla.