Al enterarse de la toma de La Bastilla, el rey Luis XVI preguntó: “¿Es una rebelión?” Le respondió Rochefoucauld-Liancourt: “No, Majestad: es una revolución”. Tiempo más tarde el monarca era decapitado junto con su esposa, María Antonieta, condenada a la guillotina en la misma sala en la que se ventila hoy lo que se ha dado en llamar “el proceso más sórdido” de la Quinta República francesa.
La Justicia procura determinar qué papel tuvo Dominique de Villepin, ex primer ministro entre 2005 y 2007, en una supuesta confabulación. En una decisión sin precedentes, De Villepin fue inculpado de una campaña de difamación destinada a salpicar a Nicolas Sarkozy para impedirle llegar al poder. El caso, que amenaza con llevarlo a la cárcel, tiene tal magnitud que los jueces le exigieron una fianza de 280 mil dólares para dejarlo en libertad y le prohibieron todo contacto con el ex presidente Jacques Chirac. Si bien los franceses esperaban la inculpación de De Villepin (“aristócrata de amplios gestos y cómodo con la palabra”, según Frederic Dumoulin), dichas decisiones provocaron asombro.
La medida no carece de lógica: el ex presidente fue considerado como el mentor de De Villepin y su nombre aparece citado en repetidas ocasiones en el expediente judicial. Pero los jueces nunca podrán interrogarlo: el artículo 67 de la Constitución francesa garantiza al jefe del Estado inmunidad por hechos ocurridos en el ejercicio de sus funciones. Invocando ese escudo misilístico, Chirac anunció que no prestará testimonio.
Mentiras. Mucho de lo que se murmuraba sobre María Antonieta no se correspondía con la realidad. No era angelical ni afable; sin embargo, las que la llevaron a su trágico final fueron mentiras.
Dominique de Villepin, que es pasible de una pena de cinco años de prisión, siempre ha negado los hechos. El ex primer ministro denunció un caso “instrumentalizado” en el que Sarkozy, parte civil en el proceso, incide con todo su peso institucional. “Estoy aquí por la voluntad de un hombre. Estoy aquí por el ensañamiento de un hombre, Nicolas Sarkozy, el presidente de la República”, afirmó De Villepin a su llegada al tribunal, acompañado por su esposa y sus tres hijos.
Los sucesos que motivan el juicio que mantiene en vilo a Francia vieron la luz durante el año 2004, cuando el juez Renaud van Ruymbeke investigaba las actividades de Clearstream, una financiera con sede en Luxemburgo. En ese entonces recibieron un CD anónimo, que contenía una lista de transferencias millonarias a cuentas numeradas –abiertas a partir del pago de sobornos por la venta de fragatas francesas a Taiwán– supuestamente pertenecientes a dirigentes políticos como el liberal Alain Madelin y el socialista Dominique Strauss-Kahn (director gerente del FMI), mezclados con figuras del jet-set. Dentro de los beneficiarios de esas cuentas aparecían dos, identificados como Paul de Nagy y Stéphane Bocsa. Esos nombres conformaban la identidad completa, apenas deformada, de Nicolas Paul Stéphane Sarkozy de Nagy-Bocsa, que en ese momento ocupaba el Ministerio del Interior. La investigación no demoró en descubrir que esas listas habían sido manipuladas.
Cuando en 1770 la princesa llegó a Francia, no tardó en enredarse en las intrigas de la Corte. Poco ducha en las astucias diplomáticas, no logró ganarla en su favor. Se la reputó superficial e inclinada a derrochar dinero.
Sarkozy cree que fue víctima de una conspiración destinada a liquidar su carrera, y nunca ocultó sus sospechas sobre De Villepin, quien ocupó las carteras de Relaciones Exteriores y de Interior antes de convertirse en primer ministro en 2005 y fue acusado por varias personas involucradas en este caso. La investigación parece haber probado que mientras dirigía la Cancillería, encargó investigaciones fuera de todo marco judicial.
Cuando el rey Luis XVI rehusó abolir oficialmente los derechos feudales, el pueblo sospechó que lo hacía por su mujer y la odió. Entonces cundió con rapidez una anécdota que ejemplificaba su altivez cínica y sin alma. María Antonieta habría preguntado, durante un paseo, por qué toda la gente parecía tan desgraciada. “Majestad, no tienen pan para llevarse a la boca”, se le había respondido. Y María Antonieta habría contestado a esa explicación: “Si no tienen pan, que coman pasteles”. Seguramente jamás dijo estas palabras. Lo más probable es que alguien las extrajera de las Confessions del filósofo Jean-Jacques Rousseau. En su libro escrito entre 1766 y 1770, Rousseau menciona que una princesa pronunció estas palabras cuando vio a gente hambrienta. En el momento en que Rousseau escribió este episodio, María Antonieta todavía era una niña y vivía en Austria. Pero en la Francia de 1789 todo el mundo creyó que este comentario sólo podía haber salido de sus labios.
Futuro. Las próximas semanas serán decisivas para el ex jefe del gobierno. Podría recusar la autoridad de los jueces argumentando que sus acciones fueron realizadas en el marco de su responsabilidad ministerial. Según la ley francesa, todo acto ejecutado por un ministro en ejercicio de sus funciones debe ser juzgado por un tribunal especial constituido por parlamentarios y magistrados. Decida lo que decidiere, deberá hacerlo políticamente en soledad, aún cuando todo parece confirmar que De Villepin siguió instrucciones de Chirac.
En la audiencia de esta semana De Villepin fue acusado de “complicidad en denuncia calumniosa, ocultamiento de robo, abuso de confianza y complicidad en uso de documentos falsos” y puesto bajo control judicial por los jueces que llevan adelante la investigación. El tribunal se pronunciará el 23 de octubre.
Fue también durante un mes de octubre que concluyó el proceso contra María Antonieta por actividades contrarrevolucionarias. En la misma sala que De Villepin, ironías de la Historia, la antigua reina tuvo que hacer frente a testimonios inculpatorios. Dos días después de la condena, cayó la cuchilla de la guillotina. Hébert comentó en el diario Le Père Duchesne: “¡Por fin esta maldita cabeza se separó de su cuerpo! ¡Pero debo reconocer que aquella carroña fue valiente y arrogante hasta el final!”. Medio año más tarde él mismo subió al cadalso, después de implorar en vano lo que le había negado a María Antonieta: justicia.
Absorto por el espectáculo, ¿es lo que espera el pueblo francés?