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Sayonara y otros malentendidos

Un hombre, ex empleado bancario, comienza en Buenos Aires a impartir conferencias sobre economía orientadas a un segmento amplio de la población, ampliando la teoría económica a los que no suelen ocuparse los economistas “tradicionales”.

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Sayonara. | cedoc

Un hombre, ex empleado bancario, comienza en Buenos Aires a impartir conferencias sobre economía orientadas a un segmento amplio de la población, ampliando la teoría económica a los que no suelen ocuparse los economistas “tradicionales”. La cosa funciona, al punto que en determinado momento recibe una invitación para dar una serie de conferencias en Japón. El problema es que este hombre suele matizar sus conferencias con chistes, y teme que los nipones no los entiendan. Le comenta esto, poco antes de la primera conferencia, a otro conferenciante, mexicano, establecido en Japón. Este le sugiere la siguiente prueba: que haga el primer chiste y vea la reacción del auditorio; si no dan muestras de haber entendido, tal vez lo mejor será, en lo sucesivo, omitirlos. Como consejo es bueno. La conferencia la dicta en español, y toda la concurrencia está munida de auriculares, a través de los que una traductora simultánea reproduce en japonés lo que el conferenciante dice. Arranca la charla y llegado el momento este hombre suelta el primer chiste. Los asistentes se descostillan de la risa. Sorprendido, alegre y relajado, continúa, y a cada chiste los japoneses se ríen a carcajadas. Al terminar, el hombre se acerca al mexicano que le había dado aquel consejo y le dice: “¡Entendieron todos los chistes!”, a lo que el consejero explica: “No, no entendieron ninguno, lo que pasó fue que la traductora a cada chiste decía: ‘Señores, por favor, ¡ríanse!’”. Esto parece sacado de Selecciones del Reader’s Digest, pero no. A veces la realidad imita a las malas revistas.

Hay muchas cosas que los occidentales no entendemos de Japón. Una es el haiku. Otra es la lengua. No se trata de un lugar común, es una observación que nace de un aspecto más bien marginal pero que, desde el punto de vista simbólico, arroja luz sobre las relaciones entre Japón y el resto del mundo. Como se sabe, a los japoneses les resulta muy difícil decir “no”, y la principal razón es el enorme respeto que experimentan hacia su interlocutor. Pero ése no es el único malentendido que surge cuando se frecuenta Japón poco y mal.

Un aspecto que divierte mucho a los japoneses es la libre utilización de término sayonara. Los occidentales creen que significa simplemente “adiós”, y quienes lo utilizan lo hacen para darle un colorido oriental e irónico a su saludo.

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Sayonara es un saludo formal. Esto quiere decir que no se usa entre amigos. Se la dicen los profesores a sus alumnos, y si alguien se la dice a un amigo lo que éste experimentará será que entre los dos hay una grandísima distancia. Algunas veces tiene también el significado de “adiós”: por ejemplo, se lo intercambia una pareja cuando se divorcia. Etimológicamente, sayonara significa “así debe ser”, lo que habla de una separación como destino inevitable. Pero a los jóvenes japoneses no le gusta mucho la idea de separarse y no volver a verse nunca más, así que prefieren decir matane, que literalmente significa “de nuevo”, o sea “nos veremos de nuevo”. Sayonara entra en realidad en esa galaxia de fórmulas alusivas que componen la especie del adiós, pero con connotaciones fatalistas. Las fórmulas de saludo formal o definitivo, de lengua en lengua, participan inevitablemente de ese aspecto no verbal que alude a los senderos que se bifurcan: desde el farewell y el so long al sayonara, pasando por el addio, el chau y el adiós.

Sayonara está bien utilizado, entonces, cuando la pronuncia una mujer que despide a su esposo que parte hacia la guerra. Se utiliza también antes de un largo, larguísimo viaje. Con solemnidad, si es posible.