Había dos polémicas en la televisión argentina de aquellos años: una en el fútbol, otra en el bar. Yo las veía a las dos. Sé que de polémicas no tenían más que el nombre, un poco como pasaría algo después en la literatura argentina (bravatas y provocaciones pueriles, vanos afanes de figuración personal, malamente disfrazados de polémicas literarias). Una y otra compartían, siendo distintas, un gesto análogo: el del relegamiento de lo popular para su aleccionamiento o para su instrucción. En un caso, la tribuna (en una siguiente etapa, el programa pasó a llamarse Tribuna caliente), y en el otro Minguito Tinguitella cumplían esa función. En el panel o en la mesa de bar, sus pedagogos ensayaban recursos diversos: algo más disciplinario (Carlos Parnisari), otro más de magisterio (Julio Ricardo), otro más campechano (Antonio Carrizo); alguno más mediador (Rolo Puente, que hacía de puente), otro más sobrador (Gerardo Sofovich), otro más socarrón (Jorge Porcel).
Los personajes populares, en esos programas, ubicados en la “popular” o en la punta de la mesa, quedaban así a merced de las ínfulas didacticistas de quienes se consideraban a sí mismos mejor preparados para expresarse o para argumentar, para exponer o para explicar. Sus traspiés, aunque eran frecuentes, no alcanzaban a alterar el reparto de lugares y de roles: el principio constitutivo de la subestimación de lo popular. A favor de las tribunas y de los bares (frecuento ambos espacios), hay que decir que, en general, no se parecen demasiado a aquellos de la televisión.
No he visto, y francamente no tengo pensado ver, la versión actual de Polémica en el bar. Pero he leído, eso sí, algunas declaraciones recientes de Mariano Iúdica, desbordantes de machirulismo. Los enfoques de género, a mi entender, se fortalecen si se los inscribe en el conjunto de los mecanismos sociales de dominación y producción de desigualdad.