“... Te garúa finito, se te pone blandito, tu novia se fue con su novia, se te enmiendan los planes, te cerraron los bares (...), partido chivo el que jugamos: todos atrás y dios de 9, todos abajo y dios de 9, todos atrás y nuestro dios siempre en orsai…”, cantan los Caballeros de la Quema, como música de fondo, mientras los otros caballeros terminan de armar las listas de candidatos con los que “tentarán” a los votantes el 28 de junio próximo.
La música de fondo es una metáfora que refleja la idea de que la suerte se le dio vuelta a la Argentina en general y a Néstor Kirchner en particular.
Ya pasó a mediados de los setenta, con otra crisis de las commodities. Pasó a principios de los ochenta, con otra crisis financiera. También la suerte se le terminó a Menem, cuando el 17 de agosto de 1998, en en Moscú, el default ruso decretaba el fin del financiamiento barato y sin condiciones para el mundo emergente, en el que habíamos entrado casi de colados.
La suerte, si tuvo alguna, se le terminó a De la Rúa, cuando Washington eligió a la Argentina para dar una lección de moral y buenas costumbres a los deudores crónicos. La suerte se le terminó, finalmente, a Néstor Kirchner, cuando la burbuja del boom financiero que había llegado con fuerza a la costa de los precios de las commodities agrícolas, industriales y minerales explotó, y cuando esa explosión frenó, de golpe, el crecimiento de la demanda brasileña, en sectores importantes como el automotriz.
Dicen que a la suerte hay que ayudarla, mientras que el kirchnerismo no dejó desastre por hacer, en la buena época, para desalentar la inversión privada en los sectores clave de la economía y para no atacar en serio y, por el contrario, agravar el populismo fiscal que nos domina y caracteriza casi desde que se escribe la historia.
A este panorama, se le sumó el intento fallido de hacer “caja” con más impuestos al campo. Y el exitoso, de hacer caja expropiando los fondos de pensión.
Pero, a veces, la suerte puede volver. Y ésa es una sensación que, de manera incipiente todavía, vuelve a surgir del escenario internacional.
El mundo dejó de caer en picada y empieza a caer más suavemente, con mayores probabilidades de estabilización hacia finales del año. Los precios de las commodities que nos importan también se nivelaron, y hasta muestran alguna posibilidad de recupero.
Las políticas anticíclicas de Lula y el resto de los vecinos “pudientes” frenan el desplome de la demanda regional. Los pronósticos sombríos pasaron a ser sólo negativos. No es mucho. No es poco.
Creo que es temprano para cantar victoria y que, debido a que las crisis de sobreendeudamiento como ésta tardan más en superarse, mientras se desarma el fenomenal castillo de naipes del mercado de capitales, todavía podemos tener coletazos importantes.
Pero más allá de mi visión sobre la crisis global, lo que pretendo, en estas líneas, es explorar un escenario en que “la suerte vuelva”.
Puesto en otros términos: ¿alcanza con la suerte para que la Argentina retome un crecimiento relativamente vigoroso en los próximos meses?
Me apresuro a contestar que no. No alcanza, porque aun en el escenario internacional más optimista, la recuperación global será muy lenta y moderada.
No alcanza, porque estos precios de la soja hay que multiplicarlos –y son consecuencia– por muchas menos cantidades producidas, por sequía y por desaliento a la inversión tecnológica.
No alcanza, porque el desorden fiscal nacional y provincial no será fácil de ajustar sin un programa integral, difícil de instrumentar en un escenario político tan volátil como el que enfrentaremos a partir de julio.
No alcanza, porque no será fácil acceder a financiamiento voluntario para renovar deuda pública, dados los antecedentes, el desorden fiscal mencionado, la falta de arreglo aún con el Club de París y bonistas que no entraron al canje, las mentiras estadísticas que implican un default parcial implícito.
No alcanza, porque acceder a financiamiento de organismos multilaterales (en especial el “nuevo” FMI) implica aceptar cierta condicionalidad que el Gobierno argentino rechaza.
No alcanza, porque liberar mercados hoy altamente distorsionados para alentar la inversión privada no figura en la agenda oficial (todo lo contrario).
Y no alcanza, porque un kirchnerismo triunfante no cambiaría ni lograría recuperar la confianza perdida. Y un kirchnerismo derrotado no podría cambiar aunque quisiera.
En síntesis, por ahora, se terminó la suerte, y aunque volviera y Dios saliera del orsai, los otros diez patean en contra.