Este es un gran momento para que el homérico Nelson Castro vuelva a leer la política argentina desde las perspectivas abiertas por la literatura griega. Si es verdad que los dioses ciegan a quien quieren perder, también lo es que las divinidades antiguas y extintas consideraban de algún modo a los mortales, volviéndolos al menos objeto de sus operaciones para promover, balancear o castigar algún exceso. La pregunta que ahora uno no puede menos que hacerse es qué clase de diosa resulta ser Cristina cuando permite y alienta primero a su ministro del Interior a lanzarse a la arena cubierto por la prendas de héroe favorito del Olimpo (así Patroclo se calzó la armadura de Aquiles para llevar a los aqueos a la batalla), y luego lo deja más en bolas que porteño blancuzco en las esteñas playas nudistas de Chihuahua. Porque Randazzo pecó, sí, de hubris, pero sólo para satisfacción de su amada ama. Sus instrumentos fueron escuetos: una transformación necesaria del ferrocarril porteño que no esconde su origen en la tragedia de Once, y un aceleramiento obvio de los trámites para el DNI, que hoy recuerda y mañana olvida el electorado porteño, fascinado por la ineficiente eficiencia amarilla de los del PRO. Y hablando de amarillo. Que los trenes randazzianos provengan de China impopular parece hoy otra cruel ironía, caída sobre la cabeza del cuasi ex candidato progre de las camporistas y los camporongas que celebraron sus chistes mancos y hoy, impulsados por la madre terrible, huyen alígeros a buscar refugio y oficina en las cóncavas naves del sciolismo. ¿Cantará alguna musa la cólera de Randazzo, obligado a contentarse con la gobernación, si es que al menos le tiran ese hueso al que nunca aspiró?
Cortesía china: como tarea de emergencia, para saber quién es Carlos Zannini y eventualmente qué es lo que hará, se vuelve indispensable leer la biografía que le dedicó su casi homónimo, Eduardo Zanini.