Viene de: Cómo gobierna Macri (I): A todo o nada
Un error común es analizar el funcionamiento del PRO como un partido político cuando su esquema organizativo viene importado de la actividad privada y más precisamente de la cultura de una empresa familiar con un fundador vivo. Trasladado a lo público, el sistema de gobierno de una empresa que conduce su dueño es lo más parecido a una monarquía absoluta. No hay alternancia en el poder, el dueño/rey lo es vitaliciamente y como máximo puede delegar su representación. Los CEO de los que tanto se habla, en las empresas grandes, son representantes de los dueños, no son ellos mismos los dueños.
No comprender que Rodríguez Larreta es Macri fue el problema de Lousteau. No comprender que Marcos Peña es Macri fue el problema de Prat-Gay. Ambos con aspiraciones políticas que trascienden el período presidencial de Macri. Tampoco Isela Costantini entendió la dinámica del entorno de Macri porque ella venía de una empresa como General Motors, sin un dueño, con acciones en la Bolsa, donde los CEO permanecen de tres a seis años, y su capacidad de discrecionalidad también está acotada. En las empresas gigantes que pasaron varias generaciones y cotizan en Bolsa, como General Motors, los accionistas no son equivalentes a los dueños porque, al ser cada acción una inversión que se compra y vende continuamente, salvo excepciones, no hay dueños de carne y hueso.
Cuando Macri habla del “equipo” no se refiere a un gabinete de lujo integrado por una conjunción de singularidades, cada uno una eminencia en su especialidad, como podía ser en los gobiernos conservadores del siglo XX. Equipo es sólo aquel que “trabaja en equipo”. Y “homogeneizar” no es eliminar la falta de coordinación entre ministros, sino abolir las individualidades.
No hubo definición más didáctica de esa cultura hecha carne que la expresada el viernes por María Eugenia Vidal durante la reunión del consejo directivo del PRO: “Yo quiero un cinco como Chicho Serna (ex jugador de Boca), que en toda su carrera convirtió solamente dos goles pero que se cansó de ganar campeonatos”.
Melconian es otro ejemplo de funcionario con visibilidad mediática que tampoco sobrevivió a la uniformización que requiere ese equipo. Un dato curioso: Melconian, Costantini y Prat-Gay, todos ellos se llamaron a silencio absoluto y no conceden la más mínima entrevista. Las salidas de Melconian y Costantini comparten una sospecha: que ambos se opusieron a los dos conflictos de interés principales de Macri, el Correo y Avianca, respectivamente.
Monzó es el único “díscolo” que logró –¿por ahora?– sobrevivir al roce con otro delegado de Macri, la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. Dicho sea de paso, llamó la atención que Monzó no participara de la reunión del consejo directivo del PRO, donde Vidal, Rodríguez Larreta y Marcos Peña (“los accionistas”, como equivocadamente los llama Monzó) fueron figuras centrales.
Adelante radicales. Ya antes también había despertado suspicacias que los dos puestos dejados vacantes por las expulsiones de Prat-Gay y Melconian fueran cubiertos por dos funcionarios filorradicales: Dujovne como ministro de Hacienda y González Fraga como presidente del Banco Nación, a lo que se agregó ahora como vicepresidente el economista mendocino y de confianza de Sanz, Enrique Vaquié.
Primero fue Jorge Asís quien lo hizo público: “En cualquier momento podrá jurar Ernesto Sanz y se va a tener que poner un traje azul. Que es lo que tiene que hacer Macri”. Dos días después, Marcelo Bonelli, en su columna en Clarín, escribió: “En la UCR se insiste en la posibilidad de que ingrese al Gobierno Ernesto Sanz. Se habló mucho de eso en el reciente viaje a España”.
Y ayer, en un reportaje del diario La Nación, el elegido por Rodríguez Larreta para ser su vicejefe de Gobierno, Diego Santilli, declaró: “Me encantaría que se sume (Sanz). Al gabinete, al Congreso. Es un tipo que no puede estar afuera. Es espectacular, brillante. No puede estar ese hombre en la casa. Aunque esté asesorando al Presidente sin ocupar un lugar. Yo quiero que se integre. Yo abogo por que Ernesto esté de nuevo con nosotros. No digo que no está, pero que esté en la cancha”.
Las versiones eran dos: que Macri le ofreció a Sanz que sea presidente de la Cámara de Diputados en reemplazo de Monzó en diciembre próximo, para lo cual tendría que ser candidato a diputado por Mendoza en las elecciones de octubre. Algo que Sanz ya habría desechado. O que se integre al gabinete en alguna posición estelar dado que ya había rechazado ser ministro de Justicia. Hay quienes maliciosamente asocian esta versión con la barba que se dejó Marcos Peña, interpretando que en el pasado Macri se sacó el bigote para quitarse la imagen de autoritario y ahora su jefe de Gabinete se dejó la barba para sumar autoridad a su imagen.
Ernesto Sanz no es ni un dueño ni un CEO de terceros. Es una persona conciliadora, pero no es dócil. No aceptó ser ministro de Macri en parte porque no quería quedar representando al radicalismo en el Gobierno sin la autoridad necesaria para hacer respetar el aporte proporcional que dio la UCR a Cambiemos. Es probable que la situación haya cambiado después de 15 meses de desgaste del Gobierno, y que Sanz perciba que su marco de poder podría ser diferente. Respecto del reemplazante de Monzó en la presidencia de la Cámara de Diputados, podría ser el diputado radical Mario Negri, mientras que Monzó podría ser el candidato de Cambiemos a senador por la provincia de Buenos Aires, encabezando las listas.
En cualquier caso, lo que ya sí se vino son más radicales al poder.