El viernes, cuando recibió a la plana mayor de Página/12 en Olivos, Néstor Kirchner estaba hecho un basilisco. El destinatario de su furia no era ninguno de sus amigables invitados periodísticos, desde luego, sino el jefe del sindicato de los porteros de edificios, Víctor Santa María, quien había osado invitar días antes al cumpleaños de su gremio a Francisco de Narváez, el mismo que derrotó en las urnas a NK el domingo 28 de junio.
“¡Así me pagan!”, habría protestado el marido de la Señora, aclarando que semejante “traición” no quedaría impune. El castigo consistiría en quitarle a Santa María la licencia provisoria que el propio Gobierno le entregó al adjudicarle la radio AM750, ubicada en la estratégica porción del dial que va de Radio Mitre a Radio 10, las más escuchadas de Buenos Aires. Si así fuera, los K dejarían claro una vez más qué quieren decir cuando promueven un esquema de medios “en el que hablemos todos”. Todos los leales, digamos.
Santa María es el mismo Santa María que, en su momento de la mano de Alberto Fernández, sumó la estructura político-sindical porteña más desarrollada que existe al proyecto pingüino. Pero Alberto F. ya dejó definitivamente el rebaño, el propio gremialista le dio la espalda negándole apoyo para presidir el PJ local y ahora hizo lo mismo con los Kirchner, acaso convencido de que los vientos están cambiando para siempre.
Quien debería cumplir la supuesta orden de Don Néstor en cuanto a la “recuperación” de dicha AM vendría a ser el otro Fernández, Aníbal, jefe de Gabinete como aquél, máximo gerente de la política mediática de la Casa Rosada como aquél, pero muy distinto a aquél, básicamente por una cosa: desde que Alberto renunció, su ex patrón se dedicó a desparramar con saña la idea de que las viejas buenas relaciones del Gobierno con el Grupo Clarín habían sido idea suya, como si a esta altura alguien pudiera creer que dentro del kirchnerismo existen voces más potentes que las del matrimonio en jefe.
Desde el parto del “fútbol libre” para acá, las acciones del otro Fernández, Aníbal, no pararon de crecer. Y, adueñado del micrófono oficial, fue dejando en el olvido a su también bigotudo tocayo con un golpe de efecto tras otro y esa agresividad verbal que evoca a los capos del café concert. Pero si Alberto era “de Clarín”, ¿de quién es Aníbal? ¿De los Kirchner o, a su modo y como aquél, tan sólo de sí mismo y de sus propias ambiciones? Un íntimo conocedor del paño K desliza esta comparación: “Alberto formaba parte de un trébol de tres hojas. Cuando se fue, chau, trébol. Aníbal trabaja tanto como Alberto, pero Alberto conocía mejor el Estado y por eso tenía una visión del poder burocrática: tantos amigos cuantos fuera posible en lugares claves. Aníbal es más territorial en su idea de construcción. ¿Vice de Néstor en 2011? ¿Gobernador bonaerense? Un dato ilustrativo: Néstor está convencido de que su mejor compañero de fórmula sería Hermes Binner. Aníbal es muy inteligente y no hace ningún daño por celos. Su juego es provincial, pero esperaría llegado el caso. Alberto es muy inteligente, pero hacía enormes daños por vanagloriarse de sí mismo. Y se quedó sin juego. Sus análisis fracasaron todos. Aníbal analiza sólo si se lo piden y suele ser mucho más operativo y concreto. Aníbal quiere saber. Alberto creía que se las sabía todas”.
De aquel Fernández a éste cambiaron los estilos, pero sobre todo, las circunstancias. La misión de uno fue apuntalar el ascenso con sobreactuados buenos modos. La del otro consiste en evitar el derrumbe a fuerza de exabruptos. La matriz es la misma. Que nada parezca lo que es y todo suene a lo contrario.