¿Será que la clase política no logra hacer mejor política y por eso intenta maquillarlo? ¿Que los dirigentes eligen nombres como el Vamos Juntos, del oficialismo porteño, o el más antiguo Nuevo Encuentro, de Sabbatella, para que la sociedad los perciba más como una ONG que como partidos? ¿Alguna encuesta habrá detectado que el nombre Evolución, de Martín Lousteau, genera en los votantes una empatía parecida a la de una serie de Netflix? ¿Hará Pino Solanas, con su flamante espacio CREO, un cierre de campaña en el templo de un telepastor?
Desde que la implosión de 2001 arrastró a la política y dejó al descubierto la capacidad autodestructiva de la dirigencia, los partidos tradicionales, como es sabido, entraron en un tobogán de desprestigio ante la sociedad.
Pero todos estos años parecen no haber sido suficientes para lavar esa culpa de género y, quizás como nunca antes, las elecciones de este 2017 sean la muestra más notoria de que la política busca presentarse de otra forma, con otras marcas.
Extrapartidarios, deportistas y famosos actuaron en principio como socorristas ante los primeros síntomas del mal. Ultimamente hizo falta subir la dosis y sumar dirigentes del cuadro de honor de la actividad empresarial como garantía de profesionalización.
Si es política que no se note, parece la consigna, quizás también como contracara de años en que el truco fue que parezca política aunque fuera otra cosa.
Se dirá que es un signo de nuevos tiempos. Que antes los actos de campaña copaban la calle o reventaban de gente en megaestadios y que ahora, como se hizo evidente en estos días, se valora más una buena puesta en escena. Se dirá que las viejas pegatinas de afiches pierden ante la eficacia multiplicadora de las campañas virales. Pero no es ése el planteo: no se trata de mirar la realidad con ojos antiguos o modernos, ni del cliché de confrontar tiempos pasados mejores vs. tiempos actuales peores.
Tampoco se trata de negar ni ensalzar los buenos resultados que respaldan la misma tendencia en el mundo: suponer que la victoria de Macron, por dar un ejemplo, o la propia de Macri se explican sólo por un buen branding es mucho más que un reduccionismo. Sea el En Marcha francés o, más acá, el triunfante Cambiemos, en la denominación o en la acción de andar o cambiar que transmiten, respectivamente, no reside el principal acierto o error de cada uno.
Vamos Juntos, Evolución, CREO, 1País, van a estar en las boletas electorales: algo debe estar revelando que la política elija nombres que la alejan de la política.