“Hay dos cosas que son importantes en política. La primera es el dinero y no me puedo acordar cuál es la segunda”. La frase, atribuida a Mark Hanna, jefe de la campaña que llevó en 1896 a William McKinley a la Casa Blanca, refleja el poder de fuego de una billetera abultada en las campañas políticas en Estados Unidos. A menos de nueve meses para las elecciones presidenciales, Donald Trump recaudó 211 millones de dólares, según el último reporte de la Comisión Electoral Federal. En la vereda demócrata, el dinero también manda: los multimillonarios Tom Steyer y Michael Bloomberg aportaron 206 y 200 millones para sus respectivas campañas.
Los estadounidenses confían en Dios y en los dólares, que fluyen en riadas a los comités de campaña de los precandidatos a la presidencia, a los PACs (Comités de Acción Política) y Súper PACs, que apoyan de manera “independiente” a los postulantes. Con ese dinero pagan anuncios televisivos y digitales, encargan estudios de opinión pública, análisis de datos y métricas en la web, y organizan las campañas en los Estados donde se celebran las primarias.
La democracia estadounidense se parece cada vez más a una plutocracia. Bloomberg es 17 veces más rico que Trump. Su fortuna asciende a 53 mil millones de dólares frente a los 3,1 mil millones del republicano, según Forbes. Tal vez por eso el presidente eligió al ex alcalde de Nueva York como blanco de sus dardos, al mofarse de su altura y llamarlo “Mini Mike”. Sin temor al riesgo, Bloomberg anunció que inyectará a su campaña cuantos dólares sean necesarios para derrotar al republicano. En sus publicidades sostiene (sin ponerse colorado) que es el único candidato que no está condicionado por “intereses especiales” porque no acepta donaciones y autofinancia su campaña.
El modesto Bernie Sanders, por su parte, no es millonario pero demostró una enorme capacidad para atraer a pequeños donantes, obteniendo 109 millones. Su campaña plantea un desafío interesante: ¿podrá solo con pequeñas donaciones competir con sus millonarios rivales demócratas y, en caso de ganar las primarias, con la aceitada máquina de recaudación de Trump?
La influencia de las grandes fortunas en la política estadounidense tuvo un salto cualitativo hace diez años, cuando un fallo de la Corte Suprema (Citizen United vs Federal Election Commission) permitió que las corporaciones, entre ellas las empresas, organizaciones sin fines de lucro y sindicatos, aportasen sumas ilimitadas de dinero para apoyar u oponerse a los candidatos, argumentando que, en caso contrario, se violaba su libertad de expresión (¡free speech para las corporaciones!). La sentencia infló de dinero a los Súper PACs y cambió la dinámica de la política estadounidense.
El Center for Responsive Politics desnudó un aumento de la influencia de los mega donantes en las campañas. En una cena de recaudación en abril de 2018, Trump adelantó políticas y regulaciones que impulsaría su administración a donantes millonarios de su Súper PAC preferido, America First Action. Entre otras cosas, los multimillonarios recibieron información “off the record” sobre las negociaciones comerciales con China. La Corte, que había prohibido la coordinación de los Súper PACs con los partidos y sus candidatos, guardó silencio. Hecha la ley, hecha la Trumpa.
Multimillonarios, corporaciones y grupos de interés modelan el proceso de toma de decisión en Estados Unidos. El dinero impulsa carreras políticas, obtura el surgimiento de nuevos liderazgos y se convirtió en un activo tan importante como los delegados del Colegio Electoral. Para entender la dinámica de las próximas elecciones, es imprescindible “seguir el rastro del dinero”, como Garganta Profunda sugirió a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein en Todos los hombres del presidente, la icónica película sobre el Watergate.