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Sin grieta

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Maldonado. Perdió la vida en un desalojo de Gendamería. | cedoc

La grieta es fatigosa, pero también infatigable. Nunca cesa, no descansa, se aplica a todo y funciona. Habría que decir, en todo caso, que funciona demasiado bien. Es lo que tiene de esquemática, de tosca, de rudimentaria lo que hace que funcione. Sirve para simplificar, lo cual se vuelve virtud en tiempos en los que decir que algo es “más complejo” se ha vuelto motivo de burla. La victoria del cuadradito binario se afianza mediante la idea de que, sustraerse a la pulsión dicotómica, implica supuestamente ser tibio.

Ahora, de un lado al otro, se tiran como si tal cosa con muertos, los muertos de la represión ilegal. Se vigilan en apariencia unos a otros, para ver quién dijo qué, para ver quién calló qué. Pero en verdad lo que vigilan no es sino la grieta misma, la grieta que los constituye y los confirma en lo que ya son. Porque sin esa partición dual tan tentadora, de tan sencilla aplicación, surgiría otra visión de ese lazo sustancial que tan extendidamente hay entre poderes políticos y fuerzas de seguridad, entendidas y empleadas como fuerzas de intimidación y coerción, con hábitos de irregularidad en el fondo y en la forma; el modo en que la ley opera fuera de la ley, porque eso es lo que se busca y precisa.

Que haya grieta, como hay, para elegir entre Santiago Maldonado y Luis Espinoza demuestra, por si hacía falta, algo más que su falsía: una profunda indignidad. Su opuesto no es la conciliación, ni mucho menos lo intermedio; es llevar las antinomias a su punto medular.