No se puede decir que al Gobierno le falte capacidad de reacción. El canciller viajó a Washington e inmediatamente hizo dos movidas respecto al tema Irán–AMIA. Eso no resolverá la negociación con el FMI, desde ya, pero peor es nada. Claro, como la política exterior es un aspecto muy sensible dentro del Frente de Todos, nadie puede garantizar –empezando por el propio Presidente– que estos dos gestos signifiquen un giro clave. Veremos cómo procesa “el imperio” el próximo viaje de Alberto a, nada más ni nada menos, Rusia y China. Justo cuando las tropas de Putin tienen el hocico puesto en la frontera con Ucrania. Y de los chinos con la ruta de la seda mejor ni hablar.
Alberto no come vidrio. Si el asunto económico se le va de las manos, puede no haber proyecto 2023. Ni para él, ni para todo el Frente. Por eso, cada tanto sale del inmovilismo y muestra que existe “el otro yo del Dr. Merengue”. Para la inmensa mayoría que no sabe de qué hablo, me refiero a un viejo personaje de historieta: un señor serio y encumbrado al que las normas sociales le imponen callar muchas de las cosas que quiere expresar. Entonces su otro yo aparece, como un fantasma, y nos muestra lo que realmente piensa o siente. Parece que “el otro yo” fue el que decidió el rápido alineamiento con EE.UU. esta semana.
Cristina también sabe que si la economía se va de las manos no hay 2023, ni para ella, ni para nadie. De ahí la complejidad del juego, porque con Alberto no alcanza, pero sin Alberto no se puede. De modo que el Presidente debe pagar todos los costos de lo desagradable, resolver los temas judiciales, etc. etc. y al mismo tiempo no encallar el barco.
Por eso existe presión hasta cierto punto, marcadas de cancha, pero luego afloja la tensión: a Ella no le sirve que él se vaya a casa, porque si no debe asumir las tareas con todo lo que eso implica, o en su defecto producir un descalabro institucional, renunciando también Ella. Demasiado complejo: Cristina tampoco come vidrio.
No solo es difícil la tarea asignada por CFK al Presidente, sino que además el problema es que Alberto quiera jugar ese rol de mártir de la causa. Y ahí es donde se multiplican los conflictos cotidianamente. Esta semana, sin ir más lejos, Ella lanzó un tuit alimentando la polémica con Macri, mientras que dos ministros cristinitas fueron a visitar a Milagro Sala.
Marcadas de cancha, sí, pero ¿para qué sirven a esta altura? La respuesta más obvia es: para condicionar a Alberto. Sí, pero eso no evitó que el primer mandatario ordenara los dos gestos anti pacto con Irán. ¿Entonces? ¿No será que hay un disenso acordado, y que cada uno le hace gestos a su propia tribuna? Así Él muestra cierta autonomía y Ella aducirá “me equivoqué con Alberto, pero por lo menos lo sacamos a Macri”.
Alerta FMI. Claro, que la economía no se vaya de las manos –obviemos la inflación de diciembre pasado, la disparada del dólar blue, el aumento del riesgo país o las limitaciones de las reservas del BCRA– no depende solo de cómo se resuelvan los conflictos entre Alberto y Cristina. Si no, daría la impresión que si mañana se pusieran de acuerdo en cerrar ya con el FMI, tendríamos “el paraíso en la otra esquina”, como se titula la novela de Vargas Llosa. Ahí se suma el factor Guzmán y su estrategia de negociación, la cual no termina de convencer al Fondo, a los mercados, a los socios peronistas del Frente, y queda la duda de si a los dos integrantes de la fórmula presidencial.
Al final lo que cuentan son las consecuencias, objetivas y subjetivas (porque las percepciones de los actores forman parte de eso que se llama “realidad”). Acá es donde no se termina de comprender ese juego de “echarle la culpa al otro”. Es interesante lo mal que se hacen a veces los cálculos políticos. Si no hay arreglo con el Fondo, la economía argentina –o sea, los 45 millones de habitantes– vamos a estar en serios problemas. Guzmán, Cristina, Alberto, La Cámpora, el Instituto Patria, etc. le podrán echar la culpa a David Lipton et al. Pero si la macro se desestabiliza, el pequeño burgués promedio argentino (léase, la mayoría social) tenderá a pensar “loco, los de Fondo son unos cabrones, pero ya se sabía que sin arreglo nos íbamos al carajo”. El otro será malo, pero tiene más fuerza que yo. Y el pequeño burgués prefiere llevar la fiesta en paz, a ser un leading case revolucionario.
Ajustar y procesar. Si Argentina arregla con el FMI luego deberá cumplir con ciertos objetivos fiscales y monetarios, que en buen romance se llama ajuste. Eso tiene costos y ahí entramos en un callejón sin salida político y social. No es el primero y no será el último lamentablemente. La cuestión es cómo lo procesan la política y la sociedad.
Y acá viene a debate algo que está flotando en Juntos por el Cambio: cuánta velocidad debió tener el ajuste de Macri. Los halcones cambiemitas dicen que el problema fue el gradualismo, mientras que el cristinismo dice “un ajuste tarde o temprano te saca del poder” (aquí hay un curiosa coincidencia con el ex estratega macrista).
Por la experiencia de los pasados 38 años de democracia, no todos los ajustes terminaron mal con los gobiernos de turno (Plan Austral, las reformas de Menem y la salida de la convertibilidad de Duhalde permitieron éxitos electorales inmediatos). Los que seguro terminaron mal fueron los que no tuvieron la audacia de hacerlos (Alfonsín post Plan Austral y De la Rúa). Claro, los ajustes necesitan maestría técnica y liderazgo político (además de la oportunidad histórica), dos cosas que están en duda en el caso de Alberto.
Esta semana concluye sin conflictos dentro de la principal oposición luego de varios connatos de combate, los que volverán a la superficie tarde o temprano, ya que ninguno de los debates de fondo están saldados. Mientras Milei crece aprovechando el vacío político de la mano de sus anunciados “Sorteos!” (como rezaba un sketch de Les Luthiers).
La Argentina tiene de todo menos resultados. Y sin resultados no hay paraíso. Cuesten lo que cuesten.