Varios escritores, a través de sus historias, han logrado adelantarnos detalles del futuro.
Julio Verne (1828-1905) nos habló de los viajes a la Luna, del submarino. Ray Bradbury (1920-2012) se atrevió a contarnos de la posibilidad de vivir en Marte y de la quema de libros. George Orwell (1903-1950) en su libro 1984 nos relató de populismos y posverdad en un mundo partido. Mary Shelley (1797-1851) nos dejó la latente Frankenstein que habla de la creación de vida humana por el hombre.
Y, por último, en una lista que cada quien puede ampliar, nos referimos a Aldous Huxley (1894-1963). Este autor inglés imagina en su obra Un mundo feliz un gran laboratorio en el que las personas son creadas en serie estableciendo cuánta gente nace y de qué clase. Relata una fabricación de humanos automática, divididos en cinco categorías decrecientes: desde los Alphas hasta los Epsilon.
A estas categorías propuestas en la novela hoy se debería agregar a los robots y el trabajo automatizado hecho por las máquinas.
Hay una fuerte tendencia a creer que las máquinas irán destruyendo trabajos. Así lo plantea crudamente el israelí Yuval Harari, al preguntarse ¿qué va a pasar con el Estado de bienestar cuando las computadoras empujen a los humanos fuera del mercado laboral y creen una nueva y enorme clase inútil? (Homo Deus, breve historia del mañana).
Incluso, algunos países europeos están estudiando la aplicación de un ingreso universal que compense la pobreza y el desempleo y/o la reducción de la jornada laboral (para que otros accedan al mundo del trabajo) y/o el impuesto a la máquina con un fondo para capacitar trabajadores.
A este problema mundial del trabajo hay que agregarle la singularidad de la situación argentina en materia de empleo y social.
Tenemos un tercio de la población sumida en la pobreza, lo que de por sí acentúa la desigualdad. Asimismo, uno de cada tres trabajadores en relación de dependencia está contratado de manera informal, es decir, en negro.
El trabajador precario está sometido a una mayor presión o acoso en su tarea diaria, puede bordear la explotación y se encuentra alejado de la jubilación y del acceso, entre otros, al crédito y la cobertura de salud.
Ante este panorama, los sindicatos debemos asumir un rol que contemple, no sólo los reclamos históricos en una mejor distribución de beneficios, la defensa de los puestos de trabajo y el salario, sino que, además, debemos preocuparnos por lo que viene.
El trabajo, como tal, no está desapareciendo, más allá de que algunas actividades laborales se ven sumamente afectadas (transporte, correos, turismo, medicina, etc.). Pero también hay que reconocer que el trabajo y, por supuesto, el trabajador están sufriendo modificaciones estructurales en su desarrollo.
Hay responsabilidad de los Estados, de los organismos internacionales y de los políticos en delinear estrategias globales y locales para entender las necesidades de los trabajadores argentinos.
La economía capitalista va aumentando las dificultades de los asalariados, el rol del Estado es clave, como siempre, en el equilibrio entre poderosos y débiles, y lo debe hacer sin agravar, a futuro, la situación de empleados y empleadores.
Por último, los sindicatos, más allá de los problemas propios de cada actividad, debemos pensar de manera unificada y creativa, ya que el trabajo está en redefinición y que los trabajadores orillan, cada vez más, la informalidad.
Nuestros métodos tradicionales de defensa de los derechos del asalariado ya no alcanzan, debemos ampliarlos a maneras más ingeniosas de organizar a los trabajadores, pensando para adentro de nuestros sindicatos (estatutos, capacitación, formas de representación, convenios colectivos, etc.) y para afuera (participación obcecada en partidos políticos fragmentados, unidad en la acción, etc.).
Muchos escritores tuvieron la virtud de la pluma y adelantaron, como profetas, el mundo que llegó. Pongamos los sindicatos manos a la obra para escribir la realidad de un presente y futuro mejores para los trabajadores argentinos.
*Secretario Adjunto de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y Secretario General de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR-CABA).