A Martin Heidegger le gustaba citar una frase de Friedrich Schelling que dice que “en el hombre la naturaleza abre los ojos y nota que está ahí”. Cuando murió Steve Jobs y vi los altares espontáneos que la gente hizo en Estados Unidos con su foto y velas me pareció que era el capitalismo el que se celebraba a sí mismo a través de la figura del creador de Apple. “Piensa diferente” es una de las frases de cabecera de esta empresa estadounidense. Pero cuando conocemos la vida de Steve Jobs y vemos, día a día, lo que puede producir el capitalismo en nuestras vidas, sí, nos decimos, ojalá que algún día la gente piense diferente… a Steve Jobs.
Claro que si a alguien le parece trascendental mover con su dedo la pantalla del ordenador o tener en un iPod cientos de miles de canciones, es difícil convencerlo de que Jobs era una persona de mierda y sus ideas e innovaciones algo de lo que podemos prescindir. Cultor del zen y la macrobiótica, perseguidor de la perfección y de la idea de que hay que seleccionar a la gente con la que uno trabaja sólo permitiendo subsistir a los mejores, pasó gran parte de su corta vida creando un sistema cerrado para sus Mac, para que los usuarios no pudieran colarle otros elementos creados por ellos. Lo paradójico fue que se enfermó de cáncer y él sí necesitó abrir el sistema y se puso en la lista para recibir un trasplante de hígado. Steve Jobs, al igual que la naturaleza, fue de derecha: pensaba que los débiles deben dar un paso al costado.
Nuestra querida presidenta Cristina Kirchner habla también de que hay que tener un capitalismo ordenado. ¿Qué significa eso? Que algunos tengan entradas para conciertos, autos y casas y muchos otros no tengan nada. Por eso, por lo general, aquellos que impulsan el capitalismo ordenado suelen estar sentados siempre en primera fila, bien comidos y bañados. Piensan diferente.