El domingo 13, a las 21, buena parte de la ciudadanía se apostó frente al televisor (o la pantalla de la computadora), para ver el no debate democrático. Con una estética propia de Justa del saber, aquel programa de preguntas y respuestas que sondeaba el conocimiento enciclopédico de estudiantes parados tras un atril, los seis candidatos que disputarán el cargo de presidente en las próximas elecciones se encargaron de comunicarnos cuáles son sus capacidades discursivas.
Todos de traje, solo Nicolás del Caño no llevó corbata. La disposición espacial y el orden en cada segmento estuvieron –los presentadores lo señalaron– estrictamente sorteados ante escribano. Y el procedimiento, consensuado entre los “debatientes”, nos dejó con gusto a pobre.
Si es cierto que, en la presencia, el modo de hablar y los datos físicos brindan indicios para que el destinatario construya la imagen de quien habla –el garante, como lo llama Dominique Maingueneau–, cada espectador pudo durante el debate ratificar o rectificar las ideas preconcebidas sobre los candidatos.
Nicolás del Caño, el más joven, repitió el estilo de barricada de sus spots y de las asambleas estudiantiles. Pidió un minuto de silencio por los muertos en Ecuador –justo cuando se le terminaban los segundos–, mostró en su muñeca el pañuelo verde al grito de “Será ley” y no olvidó mencionar a su compañera de lista Myriam Bregman, quien sí tiene posibilidades de llegar al Congreso.
Juan José Gómez Centurión, sin mirar casi nunca de frente a la cámara ni manejar con pericia los tiempos (ni los parlamentos, que llegó a repetir dos veces literalmente), habló de su pasado en la guerra de Malvinas, de su combate contra la ley de aborto (“reparten misoprostol como caramelos”) y se expresó contra la perspectiva actual en educación sexual (“el adoctrinamiento de los niños”, la llamó).
Con un discurso tranquilo y seguro de sí, José Luis Espert se presentó como un ciudadano común: “Soy como vos”, afirmó, señalando la cámara con el índice. Y, en tanto toda su alocución se centraba en el “sentido común”, se permitió el uso del lunfardo chic (“los presidentes ‘cool’”) y hasta de palabras demasiado informales para el evento (“el curro”, “el verso”).
El aplomo de Roberto Lavagna, a qué negarlo, le otorga el aura de un académico de los viejos. Leyendo de una hoja que habrá escrito mientras los demás hablaban –no era permitido tener más que un papel en blanco y una lapicera–, apeló a su experiencia en atravesar crisis (¡quién lo olvida!), brindó más cifras –creíbles, sin duda– que ninguno y acertó al catalogar el hambre como la violación a un derecho humano fundamental.
Pero la verdadera contienda se disputó entre el probable próximo presidente y quien es presidente hoy.
Confiado (quizás) en su 47% cómodo, Alberto Fernández empleó un tono canchero y aleccionador al mismo tiempo. Con gestos enérgicos y el dedo en alto –del que tanto se ha hablado en estos días–, su discurso no se privó de la retórica más rancia: la paradoja (“Hace cuatro años hubo otro debate, uno mintió y otro dijo la verdad. El que mintió es el presidente, el otro está sentado ahí”), las anáforas (“Hay que darse cuenta de que las jóvenes duplican en el desempleo a los hombres, hay que darse cuenta de que necesitamos cambiar las leyes”), el apóstrofe (“¡Entérese, presidente!”).
Por último, las intervenciones de Mauricio Macri (a quien no se le da fácil la palabra, todo hay que decirlo) no resultaron tan lucidas. Que si sus opositores narcocapacitarán en las escuelas, que si el kirchnerismo no cambió, que porque ciencia y tecnología es uno de los presupuestos que más han aumentado (¡qué dirán de esto mis colegas científicos!). Obstinado con que “casi cuatro años es muy poco”, nuestro presidente volvió al final del debate a su discurso evangélico: “Tenemos que confiar en nosotros”.
Cada quien, con todo esto, habrá construido sus garantes. Veremos si el segundo debate los confirma. Lo que seguro está confirmado es que la democracia se ha afincado en la Argentina. Y esa, claro está, es una excelente noticia.
*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.