COLUMNISTAS
A los 96 años, murió la ex gobernadora de Santiago del Estero

Sombras despóticas y luces tenues sobre Nina Juárez

Hace 20 años una intervención federal la destituyó de su cargo. Era la esposa del caudillo Carlos Arturo Juárez, “El protector ilustre del pueblo”, como se hacía llamar. Las carpetas de espionaje clandestino en plena democracia y un doble crimen marcaron la caída del juarismo.

Nina Aragonés de Juárez
Nina Aragonés de Juárez. | Cedoc

Las noches nunca fueron fáciles para Nina Juárez. Cuando ocupaba la residencia de la gobernación en los primeros años del 2000, la solían encontrar deambulando con el insomnio a cuestas, en sus últimos días también andaba a deshoras por la casa que había ocupado con su marido, el caudillo Carlos Arturo Juárez (1917-2010). Ya apenas salía de hogar-fortaleza, ”andaba perdida”. Ayer, cuando terminaba una de sus tantas noches, a los 96 años, Mercedes Marina Aragonés de Juárez murió.

La ex gobernadora de Santiago del Estero será recordada como el caso más reciente de un/una líder provincial que tuvo que dejar el poder por una intervención federal ante la gravedad institucional que se vivía y que marcó la historia reciente de la provincia que nunca volvió a tener un gobierno peronista. Las noticias del día la recordaron con su maquillaje dramático, sus anteojos de sol permanentes y su aire de Lola Flores provinciana. Envuelta en sombras despóticas y, apenas iluminada con una tenue luz que intenta rescatar a la figura de Juárez, cinco veces gobernador peronista, de la cancelación y el olvido ante la falta de liderazgo en el justicialismo local. Nina y Carlos Juárez clasificaron también en el subgrupo de matrimonios en el firmamento de la política argentina. Fue una pareja que usó el mecanismo de “él-o- ella-somos lo mismo” y cuando Juárez no pudo ser gobernador, Nina lo fue.

Nina y Carlos Juárez

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Nina Aragonés de Juárez ya había participado varias veces en el gobierno de su esposo. Fue subsecretaria de Promoción y Asistencia a la Comunidad entre 1973 y 1976 y cuando volvió la democracia ocupó el puesto de Secretaría de la Mujer (1983-1987). En la historia provincial la recordarán como una de las impulsoras de la jubilación para amas de casa, del cupo femenino y la fundadora de la Rama Femenina, un verdadero brazo político del juarismo que construyó una red de distribución de ayuda y también de control social. “Las rameras”, así las llamaban en la jerga la política tradicional santiagueña, eran mujeres que hasta imitaban la estética de su líder de blazer y pollera a la rodilla y que comenzaron a participar en cada esfera del estado provincial, que en Santiago del Estero significa la esfera casi total.

“La señora Nina”, como la llamaban sus seguidores, abrió las puertas del poder a muchas mujeres relegadas, algo que los sectores más poderosos y tradicionales de Santiago del Estero nunca le perdonarían y que se ocupaban de diferenciar con el caudillo histórico. Las historias de sus amantes y sus gustos formaron el grotesco que se comentaba en las mesas de café de los bares del centro y en las casas de familias. Ella les respondió con furia y a los carterazos literales de las integrantes de su bloque de diputadas que repartieron en varias sesiones legislativas y que también pasaron a construir el mito.

“La Nina” les regalaba razones e imágenes a sus enemigos. Como cuando en pleno Santiagueñazo, el estallido social que incendió la capital provincial en diciembre de 1993, tomaron la casa particular de los Juárez y de sus placares salieron tapados de piel imposibles de usar en las temperaturas santiagueñas.

Ante su muerte, y en el momento de recordarla, una de sus seguidoras reconocía ayer el haberle permitido el acceso a lugares del poder, como el Poder Judicial, que estaban reservados para los miembros de las familias tradicionales santiagueñas. El problema -el grave problema- era el método. El terror en los gobiernos de Carlos y Nina Juárez fue parte de sus políticas como lo fue la ayuda social. “Construir escuelas no da votos, hacer casas, sí”, solía aconsejar Juárez. Quien se hacía llamar “El protector ilustre del pueblo santiagueño” tenía en su gobierno a Musa Azar.

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El comisario, acusado de desapariciones y torturas en Santiago del Estero durante la dictadura, era el jefe de la policía de Inteligencia y el encargado de mantener un sistema de vigilancia paraestatal en plena democracia, que alimentaba y sostenía la estructura del poder juarista. En esas carpetas había información sensible de cada persona que se movía en Santiago del Estero, sobre todo era un registro de intimidades -con cámaras ocultas incluidas- que muchas veces era usados para amedrentar con extorsiones la participación política de un adversario. De esas operaciones no se salvaba ni el obispo ni el diputado. Fue una noche del 2004 que varias de esas carpetas llegaron a la Olivos después de que un allanamiento ordenado por la Justicia las encontrara en una dependencia de la policía de Musa. Fue esa noche en la que Néstor Kirchner ordenó que se avanzara con la intervención federal -que debía aprobar el Congreso- para destituir a la pareja política que le había dado uno de los primeros apoyos cuando quiso ser presidente y todavía era un desconocido en el escenario nacional.

El proceso de la caída de los Juárez -que terminaría con la intervención de Pablo Lanusse- había comenzado el 5 de febrero de 2003. Esa madrugada, una juntadora de huesos -una mujer que recorría el monte bajo que rodea a la capital provincial en busca de restos de animales faenados clandestinamente para comer- se topó con huesos humanos primero, y después con el cuerpo semidesnudo de una mujer. Patricia Villalba y Leyla Baisher fueron las víctimas de lo que se conoció como Doble Crimen de la Dársena. Sus asesinatos habían sido en fechas diferentes, pero sus cuerpos aparecieron juntos y dejaron al descubierto un sistema de complicidad del poder político con sus hijos, “los hijos del poder”. El pedido de justicia por las muertes de Patricia y Leyla se transformó en marchas del silencio que rodeaban la plaza principal todos los viernes y que convocaron a la larga lista de reclamos contra el juarismo. Como había sucedido en 1990 con María Soledad Morales en Catamarca y, quizás, en el Chaco actual de Capitanich con Cecilia Strzyzowski, el crimen puso en jaque al gobierno provincial.

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El asesinato de Patricia y Leyla también fue el primero en el que en una cobertura periodística se usó el término “femicidio”. La palabra, que visibilizaría el uso de la violencia letal por el solo hecho de ser mujer en toda la Argentina, comenzó a sonar en aquellas calles santiagueñas del 2003-2004.

Nina Juárez intentó sin éxito, y con toda la batería de manejos políticos juaristas, salvar a su gobierno y a la figura de su marido. No lo logró. Fueron condenados por diversos crímenes. Atrás quedaron las políticas de asistencia social en una provincia con índices de desnutrición infantil falseados para ocultar la pobreza extrema y con casas construidas por el estado provincial con ladrillos que decían “Nina y Carlos”, a manera de souvenir o como una pista del pasado en el caso de que alguien en el futuro quisiera buscar en la historia profunda de Santiago del Estero sus raíces. En los cimientos de muchas casas aún están sus nombres como si se tratara de una pareja de enamorados.

 

Silvina Heguy es autora de “Los Juárez. Terror, corrupción y caudillos en la política argentina”.