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un año desastroso por donde se lo mire

Termina 2020, por suerte

La puesta en primer plano de la Justicia es irreversible y sus consecuencias marcaron el año.

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CFK. El autocentramiento de Cristina no tiene límites: lo que pase con la Justicia será evaluado según lo que suceda con sus causas. | Presidencia

La puesta en primer plano de la Justicia es irreversible y sus consecuencias marcaron el año. Comenzó con la oscura muerte del fiscal Nisman y las marchas que siguieron para reclamar su esclarecimiento. En un documento de febrero de 2015, la entonces presidenta enunció por primera vez de manera clara que “la marcha a la que asistió todo el arco de partidos opositores y sus candidatos presidenciales, salvo las agrupaciones de izquierda, no fue para nada un acto de homenaje a una persona trágicamente fallecida, con la obvia excepción de sus familiares directos. Se pudo ver en vivo y en directo a dirigentes políticos riéndose a carcajadas y también a manifestantes llevando carteles con leyendas ofensivas e insultantes contra el gobierno”. Y concluye: “Fue decididamente una marcha opositora, convocada por fiscales y apoyada por jueces y todo el arco político opositor”. Véase: 18F, el bautismo de fuego del partido judicial | Cristina Fernández de Kirchner | Cristina Fernández de Kirchner (cfkargentina.com).

Cristina Kirchner presentaba así al “partido judicial”, concepto que ha tenido una larga y exitosa carrera. El año que ahora termina estuvo pendiente de los avatares judiciales de la ex presidenta, que juzga la política desde la perspectiva de cómo le va a ella en los tribunales. Si a ella le fuera bien, y se cerraran sus causas, la Argentina recibiría como premio prosperidad económica y paz social.

Yo soy la Patria. Nunca un dirigente unió de modo tan extremo su destino y el de la patria. Ni Perón después de 1955, obligado al exilio, proscripto su partido y su nombre. El autocentramiento de Cristina no tiene límites. Lo que suceda con la Justicia será evaluado según lo que suceda con las causas que la complican. Desde su exilio, Perón no reclamaba solo para sí mismo, aunque este fuera un objetivo que compartían importantes mayorías populares organizadas. Cristina reclama para ella, porque los tiempos han cambiado y necesita que no se la juzgue y, además, que se la limpie de toda sospecha, cosa que no es lo mismo. No hace mucho tiempo, alguien que figura en la cumbre de la pirámide me dijo: “Sobre Cristina no hay pruebas”. Todavía sigo preguntándome por qué, si quería defenderla, no me dijo: Cristina no ha cometido delitos.

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Este año figurará entre los más crueles para pobres, desocupados y otros "prescindibles"

En este crucigrama judicial transcurrió el año. Los partidos, hipnotizados en sus alianzas inesperadas, insólitas y a menudo diseñadas solo para ganar una intendencia o un par de escaños, no han contemplado la difícil pero indispensable tarea de una reorganización. Así como están, se entiende perfectamente que la mayoría de los ciudadanos siga desinteresada por los avatares de la política.

La iniciativa ha quedado del lado de los movimientos sociales. Durante la dictadura fueron madres y familiares quienes agitaron las consignas contra la represión. Hoy son los movimientos sociales quienes muestran en la calle las consecuencias del último quinquenio. Los frentes de trabajadores de las economías marginales, los pobres, los sintecho que ocupan tierras obligados por la necesidad, las mujeres que reclaman derechos que tienen en todos los países que los dirigentes dicen admirar. Bienvenidas las organizaciones que se movilizan cuando la política está hipnotizada y probablemente solo se despierte para discutir las listas de diputados para las elecciones de 2021. Eso es todo lo que promete el año que comienza.

El martes pasado, Elisa Carrió amenazó a Cristina Kirchner con el juicio político por sus declaraciones sobre la Corte Suprema. Lo que faltaba para encrespar las olas todavía más. Pero en esta calesita vivimos durante 2020, año que figurará entre los más crueles para pobres, desocupados y otros prescindibles. Desde que hay registro, la Argentina nunca tuvo indicadores de pobreza como los actuales.

La perspectiva ya era desastrosa cuando Macri le pasó la presidencia a Fernández. Quienes pueden recordar las últimas dos décadas tampoco conocieron momentos peores, excepto breves semanas de hiperinflación y crisis, de las que se salió rápidamente en 2001, con Duhalde y Lavagna y, enseguida, con un gobierno emprendedor, como el primero de Néstor Kirchner, que pudo potenciar reservas económicas y sociales que el país todavía conservaba. Nos gastamos esas reservas, durante el segundo capítulo del kirchnerismo y en el de Macri.

Ha sucedido lo que solo los muy pesimistas pronosticaron. Estamos en el fondo de la tabla que ordena a los países de Occidente. Ni siquiera nos salvan los indicadores que, hace unas décadas, nos distinguían en América Latina por la inclusividad educativa. Hoy, la mitad de los adolescentes de 15 años no tiene ni escuela ni trabajo: son semianalfabetos y desocupados.

En términos políticos fracasaron dos tendencias opuestas: el autoritarismo y el populismo

Retroceso. La sociedad está deshecha. Las contradicciones no separan bloques claros, cuyas diferencias puedan ordenarse sistemáticamente para encarar conflictos y proponer soluciones, sino siguiendo líneas quebradas. Miseria y violencia ya parecen completamente inseparables; el tráfico de drogas es un medio de vida donde no se encuentran otros recursos. Se han perdido decenas de miles de puestos de trabajo y, con esa licuación del empleo, se ha perdido la posibilidad de entrenarse, como se entrenaban los obreros en épocas lejanas, cuando el trabajo en fábrica era una continuación, muchas veces perfeccionada, de la escuela. Si no me creen, pregunten, por ejemplo, a los viejos obreros cordobeses que, además de un oficio moderno, aprendieron política y sindicalismo en las automotrices.  

Queda muy poco de una escuela primaria inclusiva y eficaz. Las nuevas tendencias pedagógicas disminuyeron la importancia de los saberes que se enseñan, para apostar al juego de los saberes que “se traen” de donde venga cada chico. Se dejó de pensar que los chicos debían aprender lo que no sabían, porque eso implicaba “estigmatizar” su cultura familiar y social de origen. Sin embargo, nacidos de padres muy mal equipados para la vida, de madres adolescentes a las que todavía muchos quieren salvar del pecado del aborto, esos chicos llegan sin nada a la escuela y salen de allí con muy poco, porque también la formación docente perdió gracias al confuso democratismo cultural populista. Hace cien años, muchas maestras también venían de los sectores pobres, pero la Escuela Normal era una máquina que funcionaba. Allí están para probarlo las historias de maestras destacadas, hijas de inmigrantes analfabetos.

La Argentina es un país en decadencia. Vale la pena consultar la Historia económica de la Argentina, de Claudio Bellini y Juan Carlos Korol, cuya nueva edición acaba de llegar a librerías. Su precisión académica no disminuye sino que demuestra el impacto de sucesivos fracasos, acentuados después de la segunda mitad del siglo XX, y únicamente matizados por breves éxitos, como el del plan Austral, los primeros años kirchneristas y periódicas recuperaciones del agro. La Argentina fue en dirección incierta y cambiante. La huella de lo sucedido en décadas marca nuestro presente.

El país ya no tenía ningún lugar al que arribar, como creyó con optimismo voluntarista Raúl Alfonsín en 1983. Desde 1930, siguieron los veloces y cortos ciclos de expansión y recesión. En términos políticos, fracasaron dos tendencias opuestas: el autoritarismo y el populismo. La democracia no pudo remediar las consecuencias de esos fracasos. No hay muchas razones para alentar el optimismo.

Por eso, no pude contestar la pregunta que me hizo Albert Hirschman, el famoso investigador social de origen alemán y profesor en Harvard. Estábamos en un seminario y me encaró sin vueltas: “Seguramente podrás decirme por qué la Argentina, que estaba apareada con Canadá y Australia a comienzos del siglo XX, hoy es un fracaso”. Corría el año 1987 y aún no había llegado lo peor.