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Tiempos difíciles, nuestros tiempos

Existen distintas maneras de vivir, entre el pasado, el presente y el futuro.

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Tiempo | Annca / Pixabay

Siempre ha costado vivir, el roce propio de la vida a todos nos cansa y agobia por momentos. No sólo en la vida cotidiana y en el ciudadano común. También el que se cree grande, al que tanto le costó llegar a la fama y al poder, en la tarde de su vida, a mitad camino de ella o aún antes, experimenta dificultades y límites. La inesperada pandemia del coronavirus ha acrecentado considerablemente estos sentimientos en todos.

 

Huir hacia atrás

Es frecuente que ante las dificultades huyamos hacia atrás protestando y añorando cuando las cosas estaban mejor, o intentemos, hacer el movimiento contrario, huyendo hacia adelante, ensoñándonos con un futuro mejor. No sabemos, tendríamos que estar fuera de la historia para comprobarlo.

Las teorías más famosas acerca de dónde están los tiempos mejores se pueden reducir a dos. Las que consideran que lo bueno, lo valioso, lo auténtico está al comienzo de los tiempos, o en las generaciones anteriores. Una supuesta edad de oro llena de esplendor, paz y prosperidad. La literatura universal está llena de testimonios en este sentido. Uno de los más célebres, por citar alguno, es el referido a la Arcadia, esa región de la Grecia antigua, que en la imaginación de los poetas era la mansión de la felicidad y de la inocencia. Según esta interpretación lo bueno está al principio y el resto de la historia no ha sido sino decadencia. Entre los cristianos, no escasea una visión demasiado ingenua que sigue mirando al Paraíso del Edén como los tiempos mejores, olvidando que su fe se basa en la promesa de una plenitud por venir. 

 

Huir hacia adelante

Justamente la otra forma de ubicar los tiempos mejores es ponerlos en el futuro pero de un modo automático. Son varios los que a lo largo de la historia han pensado así. Desde Platón imaginando las características de la ciudad ideal, pasando por Tomás Moro con su célebre Utopía, los socialistas utópicos y más cerca de nosotros el positivismo científico que auguraba una marcha ascendente de la humanidad supuestamente liberada de la ignorancia. Sobre todo está última manera de ver las cosas, interpreta la suerte de la humanidad de una forma mecánica. El porvenir será necesariamente mejor cueste lo que cueste. Un ejemplo de este tipo de pensamiento es cierto evolucionismo primitivo. Otro ejemplo es el marxismo que tras la lucha de clases asegura al final un comunismo sin desigualdades ni injusticias.

También entre los creyentes hay quienes unilateralmente sólo ven en nuestro mundo un valle de lágrimas ante el cual sólo cabe soportarlo y desear resignadamente el más allá. Muchas veces estos argumentos han sido aprovechados perversamente para acallar los reclamos y luchas por el cambio social.

 

Los tiempos mejores son los actuales

La falta de perspectiva nos hace con frecuencia caer en la tentación de idealizar el pasado y cargar de ilusión el futuro, rechazando y condenando el presente. O sea, sin negar que se puedan atravesar situaciones muy graves y dolorosas siempre nos cuesta aceptar los retos del presente y huimos hacia atrás o hacia adelante. De algún modo, nos quejamos de estar vivos hoy y nos paralizamos. El pasado pudo haber sido bueno ciertamente y nos puede inspirar para dar las respuestas nuevas que hay que dar hoy. Esperar un futuro mejor y luchar por él es algo muy genuino y nos puede arrancar de un pretendido inmovilismo y fatalismo.

No obstante, nos atrevemos a decir, que estos son los tiempos mejores y no por un derroche de optimismo o porque nos consideremos ganadores en un mar de perdedores. Lejos de eso, nos rebelamos contra la fuerte tendencia actual que señala una minoría de "exitosos" y una creciente mayoría de excluidos. Decimos que son los tiempos mejores en otro sentido, en cuanto que son los nuestros. Sólo en esta coyuntura, difícil o fácil, nos cabe ser personas y contribuir a un mundo más humano. Con demasiada frecuencia se ha sacrificado el presente en aras de un futuro que nunca llegó. En realidad el futuro no es algo predeterminado, sólo será en la medida que lo empecemos a construir ahora.

 

Los valores de nuestro tiempo

Quienes se inclinan por hacer balances funestos de nuestro tiempo suelen indicar, como prueba de ello, la falta o la pérdida de valores. Posiblemente ciertos valores están eclipsados o tienden francamente a desaparecer. No obstante, independientemente de la cuestión sobre el carácter permanente y universal de algunos valores –que serían tales más allá de las estadísticas y del parecer de las mayorías–– es también atendible que ciertos valores aparezcan y desaparezcan.

Podemos con toda razón lamentarnos de la casi desaparición de algunos valores, algunos hasta nos pueden parecer sumamente esenciales, por ejemplo, los relacionados con el comienzo y el fin de la vida humana, lo cual atrae consecuencias civilizatorias imprevisibles.  Sin embargo, el árbol no nos debe tapar el bosque. En efecto, hay que también saber percibir nuevos valores en la actualidad o que al menos hasta ahora no les habíamos prestado demasiada atención. Veamos algunos.

El valor de la tolerancia, luego del fracaso de ciertos sistemas de pensamiento que pretendían explicarlo todo. El valor de la ecología, aunque va acompañado de contradicciones, como compadecerse de un animalito en cautiverio o en extinción pero ser insensible  a la dimensión humana y social de la cuestión ambiental. El valor de la información, aunque también padecemos de infodemia que obtura la verdadera comunicación. La prolongación de la vida, la multitud de terapias, el mejor conocimiento y expresión de la sexualidad, habitualmente degradada y banalizada. Ciertamente en este nivel abundan también las contradicciones, los excesos y se manifiestan al mismo tiempo desmesuradas desigualdades inicuas. En las sociedades ricas, algunos quieren reducir su cuerpo y moldearlo a medida; en otras populosas regiones el hambre sigue siendo enemigo mortal, pese a que el volumen actual de producción de alimentos puede satisfacer a toda la humanidad.

Respecto  otros valores no nos detenemos porque de algún modo ya están más incorporados a nuestros comportamientos cotidianos y a nuestra legislación, pero son de muy reciente aceptación universal. Nos referimos por ejemplo, a los derechos humanos, a la democracia, a la dignidad de la mujer. Por cierto requieren un gran perfeccionamiento y tenemos que ir más allá de un reconocimiento formal, pero ya están en la conciencia pública y en la agenda de la sociedad. Ahora es el tiempo mejor para ejercitarlos y completarlos, porque “los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos” (Agustín de Hipona).