¿Qué lleva a un norteamericano a votar a Donald Trump? Que el hombre es sincero, se expone tal como es, dice lo que piensa –correcto o incorrecto–. Todo su discurso trasunta valores que muchos –sobre todo en la clase media baja y entre los obreros– comparten: quiere una economía más cerrada, protección del empleo norteamericano, es racista y antiinmigrantes, es machista, desprecia al establishment de la política. Hillary Clinton es todo lo contrario. Uno representa la “antipolítica”, la otra es la política personificada. El voto “programático” es poco relevante en esta elección: lo que los votantes piensan no marca diferencias significativas en la distribución del voto. Este se define más bien por sentimientos y percepciones del estado del mundo al que cada candidato es asociado.
Si alguien busca pronósticos, esta elección puede defraudarlo. Las tendencias electorales y las imágenes de los candidatos se mantienen notablemente estables, y muy indefinidas, desde hace largas semanas. Y como el camino para estimarlas son las encuestas, y éstas están puestas cada vez más en duda, aumenta la incertidumbre. Se afirma con frecuencia que los votantes de hoy no dicen la verdad sobre lo que piensan hacer; o, en todo caso, que preguntárselo no es la mejor manera de averiguarlo. Otro camino posible son los modelos; otro es el big data. Las encuestas siguen dando una leve ventaja a Clinton. Los modelos matemáticos predictivos tienden a favorecer ligeramente a Trump; el big data también.
El sitio web RealClear Politics presenta diariamente un conjunto de encuestas en forma comparada. En los últimos días, el número de sondeos que dan a Clinton ganadora disminuyó, y aumentó el número de empates. De acuerdo con los datos de Ipsos-Reuters (una de esas encuestas), hasta el jueves pasado, los ciudadanos que tienen baja educación prefieren mayoritariamente a Trump; los más educados, a Clinton. Entre quienes declaran que probablemente votarán, Clinton lleva ventaja; ése será un factor crucial en el resultado, ya que una baja concurrencia favorecería a Trump.
Entre los jóvenes gana Clinton. En los estados del centro, Trump va mejor que en los estados del Atlántico y el Pacífico. Entre los blancos gana Trump; entre las “minorías” gana Clinton. El mapa del país parece bastante definido: aun con matices y desviaciones, la Norteamérica blanca, anglosajona, puritana y que siente que todo va mal prefiere a Trump –aunque el personaje pueda no gustarle mucho– y la Norteamérica globalizada, abierta, innovadora y tolerante prefiere a Hillary –aunque tampoco ella le gusta mucho–. En resumen, este sorprendente candidato blanco, xenófobo, intolerante no es un accidente llamado Trump, sino una parte sustancial de la sociedad norteamericana.
La opinión favorable a Hillary en las encuestas es del orden de magnitud del 50%; la de Trump, un poco más baja. O sea que ambos candidatos van a ser votados por personas que no tienen buena imagen de ellos. Curiosa situación que está pareciendo un signo de estos tiempos: el voto “en contra”, negativo, puede ser más importante que el voto positivo; se va a votar con el criterio del mal menor antes que al mejor.
Un análisis del contenido que circula en Google concluye que a Trump le está yendo mejor de lo que las encuestas sugieren. Para más, se constata que muchos afroamericanos –entre quienes Clinton está mejor– podrían terminar no votando.
El cálculo del colegio electoral favorece ligeramente a Clinton, pero hay varios estados donde es dudoso quién puede ganar; en cualquier caso, Clinton tiene más electores pero está lejos de asegurarse una mayoría. Hasta el jueves pasado reunía 226 electorales sobre los 270 necesarios para ganar.
Si hay una elección en estos tiempos no apta para pronósticos es la de Estados Unidos. El número de personas que dicen que no votarán y la probabilidad de que ese número termine siendo más alto, sumado a los que votarán a otros candidatos, deja abierta la posibilidad de una sorpresa.
Como otras elecciones recientes en distintos países, ésta posiblemente va a seguir señalando el sendero por el cual se mueve gran parte del mundo actual: alejarse de la globalización, ir a economías más cerradas.
Parece claro que buena parte del mundo se siente más cómoda con un gobierno de Hillary. Notables excepciones son Rusia y China. En América Latina el clima de la opinión pública en casi todas partes sintoniza con Hillary, y así también los gobiernos. El interrogante mayor se refiere a cuánto puede hacer Trump para modificar las pautas hoy vigentes en las relaciones de EE.UU. con el mundo. Se diría que no mucho. ¿Sería un presidente fuerte? Posiblemente no, aunque podría mover a la opinión pública con más facilidad que Clinton. Si gana ella, tal vez tendrá una mayor capacidad para navegar en las aguas del Congreso, moviendo un poco el centro de gravedad hacia la satisfacción de demandas, como un acceso más amplio a la salud.
Dentro de EE.UU. es posible que las cosas terminen cambiando menos de lo que puede anticiparse a partir de los candidatos y sus campañas. Aunque gane Clinton, la economía norteamericana se cerrará más de lo que está y el enfoque del gobierno será un poco más conservador de lo que fue bajo Obama; aunque gane Trump, el establishment político seguirá conduciendo los asuntos del país y los mexicanos seguirán emigrando a Estados Unidos.
El mundo cambia a través de eventos visibles de gran impacto y a través de procesos continuos y graduales que operan a menudo imperceptiblemente. Las elecciones son instancias del primer tipo; los resultados que se vienen sucediendo desde hace un tiempo parecen estar cambiando el mundo. Pero las correcciones y sutilezas que impone la política práctica muchas veces atenúan ese impacto. No por eso los resultados electorales dejan de alertar sobre la dirección en la que van los acontecimientos.
*Sociólogo.