“La primera víctima de la guerra es la verdad”, es la frase acuñada por el dramaturgo griego Esquilo que luego fue rescatada ya en el siglo pasado por el expresidente Woodrow Wilson, y adoptada por el polifacético líder británico Winston Churchill. Bien podría servir para explicar el cruce de posiciones en la disputa entre candidatos en lo que parece sobrevenir una temporada de sofismas, medias verdades y simplismos que parecen escapados de una tertulia entre amigos.
Los setenta días que median entre las PASO y las elecciones generales de octubre se van a ir convirtiendo cada vez con más intensidad en una batalla dialéctica, entre los tres candidatos con más probabilidades de ingresar a un eventual ba-llottage. No sorprende que en un país donde la economía viene de doce años de estancamiento económico y un lustro de alta inflación, con todos los males que eso genera, el tema económico termine por ocupar el centro de la escena en la discusión pública. La promesa de cambio es un lugar común, aun para el candidato de la coalición oficialista que, con el lastre de ocupar el Ministerio de Economía, tiene que prometer que nada será igual. Por lo tanto, estos debates que sin orden establecido y siguiendo la línea conductora de los acontecimientos suben y bajan temáticas con la activa partición de las audiencias en redes sociales. Pero ge-neralmente se hacen con un sesgo de confirmación: públicos cautivos, simplismo en la argumentación e incluso la deliberada elección del “enemigo” en cuestión para cada aspecto.
La naturaleza de las PASO disculpaba el hecho que mucha energía estaba puesta en la selección del candidato interno o bien validar la respuesta del electorado a la nube de palabras y sensaciones que inspiraba cada precandidato. Ahora, en cambio, lo que se disputa, además de los dos lugares en una hipotética segunda vuelta, es la conformación del Congreso, ámbito en el cual la agrupación ganadora deberá negociar la estructura legislativa de los cambios que todos propugnan. Propuestas rupturistas que movilizan opiniones a favor y en contra, pero que no cuenten con la venia de ambas Cámaras quedarán en el campo de las buenas intenciones con alguna chance para otra oportunidad. Pero lo que no parece estar disponible para el análisis detallado y la explicación concreta son los fundamentos y el camino crítico que cada uno de los cambios prometidos se ofrecen para convertirse en soluciones. Es el caso de la dolarización, por ejemplo, en que del eslógan libertario en pocos días se pasó a discriminar fases y diferentes alternativas, pero que en ambos matices se topan con la dura realidad: la eliminación del déficit fiscal en el corto plazo y la financiación del stock de dólares necesarios para poner en marcha una dolarización en un Banco Central que cuatro meses antes del 11 de diciembre está con reservas negativas cada vez ma-yores.
Para la candidata de Juntos para el Cambio, cómo hará para cumplir la promesa de reducir el déficit fiscal para generar el superávit necesario para honrar deudas y oxigenar el mercado de pesos, sin aumentar la presión fiscal ni incurrir en despidos masivos, también queda envuelto en una red de muchas promesas y pocos datos.
En cambio, el actual ministro de Economía deberá mostrar cómo una política que erosionó las reservas hará para generar las divisas necesarias para alivianar el cepo y cumplir todo lo que está prometiendo al principal acreedor (el FMI) que hará el próximo gobierno: él mismo, si gana.
A medida que la situación económica se vaya degradando se corre el riesgo de que cualquier propuesta realista tenga menos glamour electoral, dando lugar a la proliferación de promesas de dudosa factibilidad. El debate verdadero quedará para una tercera vuelta.
