A los que repetían que la era de las tragedias había terminado, que el interés le había ganado la guerra a las convicciones y la solidaridad, siempre sostuvo que los actores estaban vivos pero que necesitaban las armas de la política para combatir toda forma de dominación total. Fue a través del pensamiento en primer lugar que defendió la posibilidad de actuar y la necesidad de la democracia. Es uno de los que, después de Hannah Arendt e incluso más que Raymond Aron y François Furet, hizo añicos el pensamiento totalitario al demostrar que la acción política seguía siendo posible, tenía que ser autónoma y nunca reducirse a una ideología al servicio de los intereses.”
En octubre de 2010, con estas palabras, el sociólogo francés Alain Touraine despedía al historiador Claude Lefort en un artículo publicado por Le Monde. Hoy, dicho párrafo es digno de repetición para recordarlo. Es más, la vigencia de Touraine en este subcontinente a la deriva del globo terráqueo, se encuentra en la solapa de la edición de su libro ¿Qué es la democracia? (Fondo de Cultura Económica, 1995): “La democracia no puede reducirse a la desaparición de las dictaduras militares. Pienso que los valores morales deben regir la organización social. Debemos reencontrar nuestro papel de creadores, de productores, y no solamente de consumidores. En América Latina la economía de mercado no garantiza por sí misma el desarrollo ni la democracia.”
Releer estos conceptos seleccionados por el editor resulta profético, acaso una resonancia lúcida de otra sentencia no menos atinente, pero literaria: aquí el presente. Argentina no hace historia, ésa es la clave que desafina, porque no hay opción democrática en este corto plazo que, además, pospone al futuro, una y otra vez. Por eso siempre queda “este presente” de miseria concreta, económica, social, política. Una nube de desastre social que siempre está sobre el territorio, inmóvil; una nube de tormenta, casi inminente, como amenaza también.
Es muy probable que el oportunismo ideológico se adjudique pertenencia de la extensa obra de Touraine, pero no de la práctica de su ciencia, donde encuentra a un hombre de sólida ética; que supo ser obrero minero, observador político de fenómenos europeos en la posguerra, docente en Nanterre durante el Mayo Francés (profesor y defensor de Daniel Cohn-Bendit), actor político en Francia (de hecho su hija fue ministra durante el gobierno de Hollande). Alineado en el socialismo, adhirió al liberalismo democrático, negando el aval a los regímenes autocráticos, tan atractivos tanto para la derecha como para la izquierda francesa.
Touraine también era un hombre sabio, gran formador de destacados intelectuales. Como es el caso de los psicoanalistas Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillère, estudiosos del trauma, la locura y de la relación de la subjetividad freudiana con lo político; autores de
Historia y trauma. La locura de las guerras, eje analítico que serviría como guía para pensar en todo su horror la ola de suicidios de ex combatientes de Malvinas, así como la indiferencia de un país ante los sobrevivientes de la guerra.
Sin dudas, la interpretación sociológica y metodología de esta línea intelectual, que implica a la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, puede despertar la aversión tanto de nacionalistas como de populistas fanatizados, o la combinación de ambos. Mientras tanto, el “movimiento social” estudiado por Touraine, es la reconversión política que Argentina tiene como terrible deuda. Y para ello, la gran falta es la de un verdadero y sincero humanismo. Sería el primer paso, imprescindible.
* Escritor y periodista.