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recuerdo

Transpiración artificial

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La primera vez que lo vi fue en una librería. Tenía la cabeza ladeada en un permanente gesto de pensamiento o como si esquivara un cross a la mandíbula. Me preguntó por una revista que sacábamos con un grupo de amigos. Me dijo que le había gustado mucho el reportaje a Ricardo Zelarayán. Coincidimos en que Ricardo era un genio. Me preguntó si íbamos a sacar un segundo número pero le dije que éste estaba en un cajón porque faltaba plata. Me dijo que él me daba plata. Me la dio. Sacamos el segundo número. Años después me quedé sin trabajo y mi plata secuestrada en el banco y él se ofreció a salirme de padrino en una beca que, como decía Antonio Cisneros, “puede hacer vivir a los poetas por un rato como novelistas del boom”. A mí siempre me sorprendió que la voz de los textos que yo leía de él fuera igual a su voz personal cuando finalmente lo conocí. Esa voz me sigue hablando. Me dice: austeridad, libertad, nomadismo. Hace unos años me mandó por mail una nota que le hicieron en un diario deportivo donde mostraba su pasión –para mí desconocida– por Boca. Me hizo reír. Le dije que si la camiseta del club que amamos hay que transpirarla, él podía escribir una novela del fútbol y titularla “Transpiración artificial”. Unos amigos estaban preocupados porque querían reservar una mesa en un restaurante y éste estaba lleno. Pensé que la muerte nunca se hace problemas con las reservas, si tenés un bar y ella quiere ir, lo va a hacer cuando se le dé la gana. Así hace. Gracias, Richard, por todo.