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Tratados secretos

Cómo se dibujan los bloques comerciales en la actualidad. El peso de los Estados Unidos y la sombra de China. El recuerdo del Tratado de Versalles y el desenlace de la Segunda Guerra. WikiLeaks y temor del Gran Hermano.

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Si el concepto –discretamente afortunado– de “hard power” (poder duro) reside en las facultades militares y económicas de un país para inducir a otro a adoptar una acción, el comercio multilateral merece un seguimiento. El ejemplo paradigmático de “poder duro” es la diplomacia coercitiva –que se pregona desde los bienes bélicos tangibles–, pero, a la hora de presionar, una masa consistente de saldo favorable en la cuenta corriente del balance de pagos a veces importa más que los blindados de combate. Para comenzar, valgámonos de la historia, cuya mayor lección es que pocos aprenden de sus lecciones (Aldous Huxley).

Adolf Hitler no imaginó que la agresión a Polonia –que disparó la Segunda Guerra– terminaría por  transformar a los Estados Unidos en una potencia europea, como dice Tony Judt en Posguerra. La historia de Europa a partir de 1945, y ello a pesar de la voluntad contraria de muchos norteamericanos. El presidente Roosevelt, en la Conferencia de Yalta (1945), manifestó a Churchill y a Stalin que luego de la derrota alemana su país no tenía previsto estar en Europa más de dos años.

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Al comienzo, los hechos se fueron alineando detrás de los dichos y, así, de las 92 divisiones terrestres de las que disponía Estados Unidos a fines de 1945, pasó a contabilizar solamente 12 en 1947.

El enunciado de las razones por las que aquella voluntad inicial cambió de manera rápida –y drástica– no puede desarrollarse sintéticamente. Un intento por argumentar a pesar de todo obliga a enunciar dos grandes motivos: se advirtió el peligro de castigar a Alemania con una penuria económica, comercial y social de tal rigor que significara repetir los resultados que condujeron hasta Hitler a través de la aplicación del Tratado de Versalles (1919). Luego, se verificó el peligro que conllevaba el poderío de la URSS para un desarrollo europeo democrático, la influencia de los partidos comunistas en muchos países y la penosísima situación de las poblaciones en general.

A la primera razón dieron respuesta la imaginación estratégica del general Marshall, que entendió la necesidad más que urgente de aprovisionar a Europa de alimentos, créditos y asistencia técnica, y la pertinencia de hacerlo con un plan sistemático, que hoy conocemos con su nombre y que duró hasta 1951. A la segunda contestó el alerta dado en febrero de 1946 por el embajador yanqui en Moscú, George Kennan, con su legendario “Cable largo”, que comenzaba así: “La política soviética se ha orientado siempre hacia un fin último que es la revolución mundial y la dominación del mundo por los comunistas”. En él se advertía que la negativa de Stalin a sumarse a los acuerdos de Bretton Woods (creación del FMI) era el signo de una inminente confrontación entre las dos potencias.

“En 1927, igualmente, Stalin declaró a una delegación obrera americana: ‘La lucha librada entre estos dos centros por la conquista de la economía mundial decidirá la suerte del capitalismo y del socialismo en el mundo entero’”, amilanaba el texto.

2013. Pasado el Plan Marshall, reconstruida Alemania y terminada la Guerra Fría, Europa y Estados Unidos preparan la eventual firma de un contrato medular que el cepo de la inflexible coherencia con las corporaciones transnacionales, las leyes del mercado y las matrices canónicas financieras dicta a sus políticos. Se trata del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (T-TIP, por su sigla en inglés).

En algún lugar, Clarice Lispector escribió que si ella fuese ella, daría todo lo que era suyo, y que confiaría el futuro al futuro. La lógica de la apropiación financiera –por el contrario– razona como aquel emperador de la antigua Catai que, en su lecho de muerte, prohibió el uso del tiempo futuro, dado que como él iba a morir no habría ningún futuro. Al eliminar las diferencias reguladoras entre Estados Unidos y las naciones europeas y generalizar los mecanismos de resolución de disputas inversor-Estado, el T-TIP aumentará las facilidades de las grandes empresas para que –con el expediente del arbitraje sobre inversiones– lleven a juicio a los gobiernos que defiendan a sus ciudadanos, dejando a ambos sin expectativas.

La negociación contiene capítulos reservados que confluyen en los sistemas regulatorios de la Unión Europea y de los Estados Unidos. Estos trajines no se han hecho conocer debidamente a los Parlamentos nacionales y a la opinión pública, con lo que se ha disminuido a la democracia argumentando fortalecerla, elaborando una respuesta abusiva a un crónico crecimiento anémico y a una crisis global que no termina.

También intenta ser una contestación a una redoblada presión comercial y financiera china, que con el paso de los años será también política, al ritmo y con la constancia orientales. Y a su tiempo y sin previo ruido de sables, también militar.

Otra réplica más directa a la expansión geográfica de la influencia china se da en el área considerada por Beijing como el “mare nostrum”, o sea la que incluye al océano Pacífico sudoccidental y nororiental. Allí, la presencia norteamericana ha sido una constante desde la derrota de Japón en 1945, al tiempo que la de China era más que discreta hasta comienzos de los años 90. Desde entonces, el Reino del Medio ha desplegado intercambios, créditos, acuerdos industriales y presencias empresariales y políticas diversas; todo ello confitado con una serie de bases navales o instalaciones portuarias que se extienden hasta la costa de Pakistán, en el Indico, y que los estrategas llaman “el collar de perlas” de asentamientos chinos. Una respuesta por los puertos y zonas francas arrancados por Holanda, Portugal, Gran Bretaña y Francia durante los siglos XVII, XVIII y XIX.

Los Estados Unidos han ideado entonces un acuerdo –también éste negociado con sigilo– entre 12 países miembros que integran el “Borde Pacífico”, a saber: Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, México, Malasia, Chile, Singapur, Perú, Vietnam y Brunei. Este tratado, en gestación avanzada, crearía la Sociedad Trans Pacífica (TPP, siglas en inglés). Lo discutido es tan reservado que sólo mediante WikiLeaks se ha conocido la semana pasada el borrador de un capítulo, que versa sobre propiedad intelectual, patentes, marcas, especialidades medicinales, donde se extiende la protección de la propiedad intelectual a plazos mayores a veinte años y se reducen los requisitos de patentabilidad global.

Una sección electrizante alude a los “hackers” y enumera las excepciones en las que aquella protección desaparece, permitiendo que los derechos puedan ser vulnerados. Son los casos en que se transgrede la propiedad “durante el curso de actividades a cargo de agentes o empleados gubernamentales, o sus contratistas, con la finalidad de hacer cumplir la ley; por razones de inteligencia; por razones esenciales de seguridad o por razones gubernamentales similares” (¡!). En otras palabras, cuando al gobierno o a sus agencias interiores –o a las exteriores– se les ocurra.

La Comisión Europea (parte ejecutiva de la Unión Europea presidida por José Manuel Durão Barroso) negocia el T-TIP con ímpetu tal que dejó atrás el espionaje de gobernantes europeos por parte de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Con la integración económica y política territorial pendiente, las autoridades del bloque cabalgan a una mayor integración transatlántica, mientras la administración Obama intenta que se cumplan las normas para la regulación de los mercados de derivados financieros. No es tan seguro que la alegría sea brasileña, pero en este caso la coherencia no es democrática sino financiera.

De acuerdo con el borrador, en el supuesto de ser creada la Sociedad Trans Pacífica, se limitaría la libertad de acceso a internet y se obligaría a los proveedores a suprimir contenidos por solicitud de propietarios de derechos de autor, lo que de acaecer cambiará sustancialmente la manera como se utiliza la red hoy en día, lastimando los derechos humanos. Tampoco es tan seguro que haya fraternidad, pero si llegara a haber sería del tipo de Gran Hermano.