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Trogloditas a izquierda y derecha

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No es la primera vez que alguien descalifica a Vargas Llosa por sus posiciones políticas y lo reivindica como escritor (¿y si alguien hiciera alguna vez lo contrario?). De todos modos, me asustó una frase de Matías Serra Bradford en este suplemento: “Es necesario dejar de lado al Vargas Llosa troglodita ideológico, que parece el hijo más deseado por parejita compuesta por la US Army y Wall Street)...”. Tengo una gran opinión de Serra Bradford como crítico y como persona (estas palabras son el lugar común que precede a un ataque pero, aunque el ataque viene, lo digo sinceramente), pero la frase resulta demasiado en 2016 y ya era demasiado en un comunicado del Partido Comunista Cubano en 1970, de donde parece provenir. ¿Cómo se pueden seguir utilizando las metáforas más grotescas del estalinismo?

Ahora bien, ¿es Vargas Llosa un troglodita ideológico? Reformularía la pregunta de otro modo: ¿todo aquel que adhiera a posiciones de derecha (contra la intervención del Estado en la economía, digamos) dentro de un sistema democrático es un troglodita ideológico? Vargas Llosa, en particular, no apoyó a las dictaduras militares latinoamericanas, fue un firme opositor a la de Fujimori, ha escrito contra el colonialismo, el racismo, el nacionalismo, la censura y la discriminación. ¿Es su rechazo hacia el populismo, hacia la dictadura de Fidel Castro, hacia regímenes tan corruptos y destructivos como el chavismo y el kirchnerismo motivo suficiente para ser tratado de troglodita? El problema con la frase de Serra Bradford es que desnuda menos un pensamiento personal intolerante que un ambiente en el que personas altamente ilustradas pierden todo refinamiento y se transforman en trogloditas ellos mismos. Le pasaba a Borges, le pasa a Serra Bradford.

Vargas Llosa está en todas partes (en demasiadas partes) y así me lo encuentro en la solapa de Un día en la vida de Iván Denisovich, el libro de Aleksandr Solzhenitsyn, donde dice que “su extraordinaria hazaña política e intelectual fue emerger del infierno concentracionario para contarlo y denunciarlo en unos libros cuya fuerza documental y moral no tiene paralelo en la historia contemporánea”. Supongo que, siguiendo a Serra Bradford, Solzhenitsyn sería el hijo de la parejita formada por la zarina de Rusia y el patriarca de Moscú. De todos modos, la definición de Vargas Llosa es parcial: deja a Solzhenytsin como una especie de periodista denunciador de alto vuelo, pero nada dice de sus méritos literarios. Para encontrar una defensa del escritor conviene moverse a la izquierda y leer Un hombre que sobra, de Claude Lefort, publicado en castellano en 1980 en la extraordinaria y agotadísima colección Acracia de Tusquets (cuya extinción prueba cómo ha retrocedido la discusión ideológica). Lefort ilumina la singularidad de la empresa de Solzhenytsin. Este habló cuando era imposible por la represión y la cobardía reinantes, pero además lo hizo desde un lugar único en la literatura: “La concepción misma de El archipiélago Gulag procede de una identificación del escritor con el hombre del último escalafón, con el trabajador que sufre todo el peso de la explotación”. Incluso desde la izquierda (es decir desde el rechazo a la opresión de los más débiles) se puede pensar que Vargas Llosa no es un troglodita.