COLUMNISTAS
comercio mundial

Trump y la economía

Sólo una economía mundial más sustentable, abierta e inclusiva puede respaldar un futuro ambientalmente seguro, económicamente próspero y socialmente justo.

0122_empleo_usa_cedoc_g
Protestas. La globalización deterioró posibilidades de empleo. | CEDOC

Ahora que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, un grupo de 35 prominentes líderes empresarios internacionales, encabezados por el CEO de Unilever, Paul Polman, y por mí, dará un paso al frente para defender los mercados abiertos, respaldar la lucha contra el cambio climático y exigir un enorme esfuerzo para combatir la desigualdad global. Esos son los elementos centrales de lo que vemos como la única estrategia económica viable para Estados Unidos y el mundo.

Los recientes resultados electorales, incluida la elección de Trump, resaltan los reclamos económicos cada vez más sonoros de muchos hogares en todo el mundo desarrollado. En los veinte años previos a la crisis financiera de 2008, una globalización sin precedentes hizo aumentar los ingresos prácticamente de todos. Los ingresos de la tercera parte más pobre de la humanidad crecieron el 40%-70% y los de la tercera parte del medio aumentaron el 80%. Al 1% que más gana le fue incluso mejor –tanto mejor, de hecho, que la elite empresaria hoy enfrenta un fuerte contragolpe.

Y, sin embargo, los ingresos de un grupo crucial –los hogares de ingresos medios-bajos– apenas subieron. Y, desde 2008, este mismo grupo ha tenido que soportar el embate de la austeridad. Como era de esperar, sus miembros sienten que la globalización “los dejó de lado” –y ahora exigen un cambio.

La administración de Trump podría verse tentada de resolver los problemas de este grupo de manera aislada, con políticas proteccionistas que apunten a industrias específicas, o con un intento de limitar la competencia comercial. Pero los problemas que enfrentan estos hogares no son aislados. Más bien, surgen de los límites sociales y ambientales que hoy alcanzó el modelo prevaleciente de crecimiento económico –y la versión de globalización que este modelo ha respaldado–. Ignorar esta realidad e implementar soluciones estrechas y nacionalistas no hará más que agravar las cosas.

Desde un punto de vista social, las relativas dificultades del Cinturón de Oxido de Estados Unidos, donde el respaldo a Trump fue fundamental para su victoria, es una consecuencia no deseada de un mercado laboral global en rápida expansión que hace que los trabajadores se tornen vulnerables en casi todas partes –incluso en las economías emergentes, cuyos trabajadores parecían los “ganadores” de la globalización en las últimas décadas–. Los países y las regiones que compiten para atraer la inversión corporativa son negociadores débiles y defensores débiles de estándares laborales altos.

En el frente ambiental, la evidencia es funesta. La actividad humana ya ha llevado al planeta a traspasar cuatro de sus nueve límites de seguridad física, incluidos los del cambio climático y la pérdida de integridad de la biósfera. Los costos de crecimiento acelerado que produce el daño ambiental están restringiendo el crecimiento económico y hacen que la relajación de las protecciones ambientales termine siendo un falso ahorro.

Por ejemplo, el daño a los ecosistemas y a la biodiversidad causado por las prácticas actuales sólo en el sector de alimentos y agricultura podría costar el equivalente al 18% de la producción económica global en 2050, más que el 3% aproximado de 2008. En los mercados emergentes, especialmente en Asia, la rápida expansión económica hizo llegar una contaminación letal y un embotellamiento constante a ciudades incapaces de expandir su infraestructura con la suficiente celeridad.

Ocuparse de los problemas ambientales y ecológicos del mundo, y mejorar la suerte de quienes han quedado rezagados, exigirá una acción pública, como la que yo supervisé cuando me desempeñé en el Banco Mundial, las Naciones Unidas y el gobierno británico. Pero también demandará la participación de las empresas.

En mi propia carrera, comprobé de primera mano que el crecimiento alimentado por la competencia comercial en un mundo en proceso de globalización puede hacer mucho más para combatir la pobreza, el hambre y la enfermedad que los programas financiados por el gobierno por sí solos. Pero cuando esa competencia no se lleva a cabo de manera responsable, puede suceder lo contrario –y, en muchos casos, así fue.

Al aprovechar las oportunidades de la globalización, las empresas muchas veces han ignorado a los trabajadores del mundo desarrollado que dejan atrás, sometiendo al mismo tiempo a los trabajadores de los países en desarrollo a una privación extraordinaria. Es más, algunas empresas muchas veces han hecho lobby en contra de protecciones ambientales que indiscutiblemente redundan en nuestro interés colectivo, y hasta las han evadido.

Hoy me alienta ver que un grupo de rápido crecimiento de líderes empresarios reconoce que las mayores libertades y riqueza que obtienen gracias a la globalización implican una mayor responsabilidad frente a los trabajadores y al medio ambiente. Esperamos que nuestra estrategia de asegurar que la globalización continúe –en una forma revisada que sea más sustentable e inclusiva– atraiga a más de estos líderes a la causa.

El marco de nuestra estrategia ya existe, en los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable que fueron acordados por los Estados miembros de la ONU en 2015. Lograr estos objetivos implicará un pago, condiciones laborales y redes de seguridad decentes para todos los participantes en el mercado laboral global, así como salvaguardar al medio ambiente.

Los ODS también prometen ofrecer un campo de juego nivelado para la competencia que estimule el crecimiento. En los cuatro sectores principales que consideramos en detalle, vimos oportunidades comerciales de alto rendimiento que surgen de la estrategia y que impulsan un incremento del PBI global anual de por lo menos 12 billones de dólares. Otros cambios que defendemos –especialmente la creación de precios para recursos que reflejen sus costos sociales y ambientales totales– asegurarán que el futuro crecimiento económico proteja tanto a los trabajadores como al planeta.

Garantizar estos resultados no será tarea fácil, porque exigirá un nuevo contrato social entre gobiernos, empresas y la sociedad civil. Para tener éxito, todas las partes deben verse a sí mismas como colaboradores en un acuerdo donde todos ganan, en lugar de adversarios en un juego de suma cero. Toda la evidencia indica que sólo una economía mundial más sustentable, abierta e inclusiva puede respaldar un futuro ambientalmente seguro, económicamente próspero y socialmente justo para la humanidad.

En cuanto a Estados Unidos, esta estrategia se alinea con las prioridades que el propio Trump declaró. No sólo ofrece la solución más prometedora para los reclamos económicos de sus principales seguidores; también trae de la mano un incremento del gasto en infraestructura, en sintonía con el que Trump ya prometió.

En lugar de utilizar el estímulo fiscal en un vano esfuerzo por revivir industrias de chimeneas quebradas y fuentes energéticas obsoletas, la administración de Trump –y el mundo– deberían apostar a un futuro con bajo consumo de carbono. Muchas empresas seguramente se sumarían al esfuerzo.


*Ex secretario adjunto de la ONU y ex ministro británico para Africa.