“Lo burocrático es un estilo en el ejercicio de las funciones o de la influencia. Presupone, por lo pronto, operar con los mismos valores que el adversario, es decir, con una visión reformista, superficial, antitética de la revolucionaria. La burocracia es centrista, cultiva un ‘realismo’ que pasa por ser el colmo de lo pragmático y rechaza toda insinuación de someterlo al juicio teórico que los maestritos de la derecha les hacen creer que es ‘ideología’. El burócrata quiere que caiga el régimen, pero también quiere durar; espera que la transición se cumpla sin que él abandone su cargo o posición”. Así arenga John William Cooke en Peronismo y revolución contra la burocracia peronista. Su vigencia, que excede por mucho el problema de definir qué es el peronismo, es omniexplicativa: se describe nuestro presente.
Desando las páginas mientras encarno a Cooke en una película de Martín Desalvo. Con guión de Martiniano Cardoso y Diego Agrimbau, Desalvo elige la anécdota de la fuga de los presos políticos de Rojas de la Unidad XV de Río Gallegos, en 1957. Como es cine, el guión no elige protagonismos: esboza con trazos de carbonilla blanquinegra el devenir simultáneo de cuatro personajes: Héctor Cámpora, John William Cooke, Guillermo Patricio Kelly y el empresario Jorge Antonio, amigo de Perón, de General Motors, de Mercedes-Benz, más luego de Menem.
Cuenta la leyenda que hubieron de ser trasladados juntos a Río Gallegos con el fin de que planearan una fuga que les diera la excusa a los penitenciarios para fusilarlos. Nuestros héroes solitarios (Carlos Belloso, Diego Gentile, Lautaro Delgado y un servidor) no pueden sino odiarse sin medias tintas, pero deberán planear una estrategia hacia la unidad. Es desesperante. Cooke convive con esos burócratas que detesta pero de la unidad con ellos depende su propia vida. Para los demás, tampoco es fácil: Cooke no es peronista sino llanamente comunista. Para colmo Perón, desde el exilio, envía a Cooke la carta en la que lo nombra su reemplazante en caso de muerte. Esta carta sola bastaba para que los mataran a todos.
Atravesar la historia desde el punto de vista que dan el cine, la actuación, no es más que una interpretación entre otras, heroica, romántica, emocional. Lo cual no le quita una gota de verdad. Cooke moriría en 1968 y La Nación lo llamaría “el primer terrorista”. La última calle de esta ciudad, allí donde acaba Villa Soldati, lleva su nombre. Me pregunto si los vecinos, si los hay, sabrán dónde viven.