Anne Perry: interiors, un documental exhibido en el Bafici que terminó hace una semana, nos recuerda que la famosa escritora policial fue primero una asesina juvenil, que en 1954 ayudó a liquidar a la madre de una amiga en Nueva Zelanda. De esa historia se ocupa una película de Peter Jackson, Heavenly creatures, que reconstruye el universo de fantasía tejido por las dos adolescentes, donde la figura de Orson Welles ocupa el papel de ogro terrorífico y artífice de las fuerzas del mal.
¿Quién le teme a Orson Welles?, podría ser el título de una película futura, pero el Bafici exhibió también una trilogía que podría agruparse bajo ese nombre. Su autor, Rogério Sganzerla, fue objeto de una retrospectiva en el festival, presentada por su viuda, actriz y musa, Helena Ignez, y sus hijas, encantadora familia itinerante que se ocupa de mantener el legado de un cineasta poco conocido y reconocido (aún). Sganzerla (1946-2004) irrumpió en el cine a los 22 años con una obra maestra –O bandido da luz vermelha– pero su carrera, como la de Welles a partir de El ciudadano, estuvo después plagada de dificultades para filmar. No es extraño que Sganzerla se haya obsesionado hasta la identificación con Welles y le dedicara sus tres últimas películas.
Pero ese interés excede el parecido entre sus respectivas batallas contra la industria cinematográfica. Tiene que ver también con lo que el crítico Gabe Klinger identifica como la concepción del cine como “un historiador alternativo”. Dicho de otra manera, el cine no sólo sirve para desenterrar secretos privados como los de Anne Perry, sino para darles valor a momentos históricos cuya importancia fue pasada por alto. En este caso, se trata de los seis meses que Welles pasó en Brasil en 1942. La visita de Welles fue una conmoción extraordinaria de la que muchos testigos –incluso algunos que no habían nacido, como el propio Sganzerla– no se han recuperado. Orson era el genio precoz de la radio, el teatro y el cine, el gigante dispuesto a cualquier farra y a cualquier aventura, que llegaba a tender un puente de oro entre dos culturas, y no sólo a reconocer que Brasil era una potencia naciente, sino a poner de relieve una totalidad exuberante que incluía el samba y las favelas. Pero tras un comienzo frenético y glorioso, todo salió espantosamente mal para Welles: durante su estadía, la RKO le destruyó Los magníficos Amberson y le negó el dinero para finalizar su proyecto brasileño, It’s all true, una película que nunca terminó y cuyos negativos estuvieron perdidos cuarenta años. El héroe de la película, un pescador cearense llamado Jacaré, murió misteriosamente durante el rodaje. A su vuelta a los Estados Unidos, Welles había dejado de ser el niño mimado del espectáculo para comenzar su larga deriva como paria de lujo.
Sganzerla captura el esplendor y el desastre en Nem tudo é verdade, una obra absolutamente genial que usa las imágenes de archivo y la música hasta alcanzar una alucinación creativa. La película sugiere lo que podría ser el mundo si el arte tuviera otro lugar y si sus enemigos no fueran tan poderosos. En poco tiempo, Welles se había enfrentado con el magnate de la prensa William Randolph Hearst, con los estudios de Hollywood y con la dictadura de Getulio Vargas, cuyos agentes hicieron todo lo posible para impedir que los negros y los pobres de su país aparecieran en la pantalla. Las tres películas de Sganzerla, un cineasta de una energía, una sensualidad y una audacia comparables a las de Welles, quedan fijadas en esa escena primaria a la que vuelven obsesivamente al punto de terminar perdiéndose en un loop infinito de frustración y deseos censurados e imposibles que giran en torno a la trágica epifanía wellesiana en Brasil, una de las grandes fechas secretas de la historia, la amarga prueba de que podríamos ser otros.